Humo. José Ovejero.
Ed. Galaxia Gutenberg.
Barcelona, 2021.
144 páginas.
Por David Marklimo
En la literatura, muchas veces el arte es no narrar, no mostrar, no dar explicaciones y acostumbrar al lector a ciertos paisajes. Es así y punto. No hay espacio para más. Esas novelas tienden a la brevedad, a la sequedad del lenguaje. También, la gran mayoría, tienen a presentar tramas oscuras, terribles, de la que se conoce sólo lo elemental. Es el caso de esta novela de José Ovejero, Humo.
En ella, una mujer (de la que no sabemos nada) y un niño conviven en una cabaña abandonada. En la primera imagen, la mujer sale de una cabaña y se encuentra frente a un enjambre de abejas. Atrás, pegado a la ventana, vemos a un niño mirándola entra fascinado y temeroso.
No sabemos cómo llegaron ahí ni por qué están ahí. Sabemos que no tienen un pasado común, que no son familia. Sabemos que han sobrevivido a algo que desconocemos y que parece ser terrible. Sabemos que han aprendido a convivir y han encontrado sus rutinas y sus gozos, que podrían ser menores pero que lo son todo. Sabemos, porque nos dicen que hay columnas de humo, que la ciudad más cercana arde. Sabemos que hay un hombre que visita a la mujer, que sólo le ofrece sexo, cuando él desea quizá una relación y ella no. Sabemos, quizá por eso, que hay otros supervivientes, pero no nada más. Puede que ellos tampoco lo sepan. Sabemos que no tienen apenas provisiones ni modo de conseguirlas, que sobreviven como mejor pueden y que llegan a entenderse sin palabras. Sabemos que se salvan el uno al otro, o lo intentan, y que a ambos les salva la belleza.
Ovejero parece que escribió esta breve novela para estos tiempos del Covid, en los que resulta difícil encontrar armonía en el desastre. El paisaje deslumbrante que rodea a los protagonistas adquiere a veces matices siniestros. Ellos subsisten con lo que obtienen de un huerto que cada vez da menos frutos, y con lo que consiguen del bosque inmediato. A lo lejos, en furia de la ciudad, hay extrañas turbulencias, y esas amenazas se proyectan -también- sobre la cabaña.
Humo nos habla del miedo, de lo desconocido, de la dificultad para comunicarse de las personas, de la fragilidad humana y de su fortaleza para hacer frente a un entorno hostil y tratar de salir adelante, de sexo y violencia, de amor y ternura. La naturaleza marca los diferentes tiempos y en la que se conjugan con acierto ritmo y belleza: ritmo en la cadencia de las frases, cortantes, evocadoras o sugerentes según lo requiera la situación, y belleza en las descripciones del entorno, de lo poderosa y cruel que puede ser la naturaleza. El proceso civilizador ha consistido en buena medida en la liberación de la tiranía de la naturaleza; pero también ha supuesto la destrucción de esta. Veamos, como ya dijo algún avivado critico: somos capaces de enviar fotos de forma instantánea al otro lado del mundo, de hacer sofisticadas videoconferencias o de conducir vehículos que nos transportan rápido, pero moriríamos de frío porque no sabemos hacer fuego, o envenenados al no saber distinguir las plantas venenosas de las comestibles, o de hambre por no saber cultivar la tierra. ¿Es volver a la naturaleza una solución? ¿O significa asumir la derrota de la idea de progreso permanente? ¿No es más brutal la ley natural que la humana?
Estas preguntas son esenciales y dejan un sin fin de pensamientos. Entre el gesto humano y lo que pide la naturaleza, emerge la figura de la mujer, que está haciendo un aprendizaje, pero no entendemos exactamente de qué. Aventuramos una hipótesis, a juicio, por supuesto, de los lectores: quizá tenga que ver con la fragilidad, con eso que rápidamente nos demuestra que la vida no siempre es lo que suponemos.