Por David Marklimo*
Debatir sobre la pandemia y su atención es algo muy complicado. Hay pocas referencias, pues estamos ante un virus nuevo, del que poco a poco se van descubriendo cosas nuevas. Pero es cierto que la situación tampoco es que sea tan distinta a la de las otras pandemias (por ejemplo, si leemos a Tucidides, veremos que la epidemia de peste que azotó a Atenas en el 430 ANE, los más afectados eran los médicos y el personal sanitario, de igual forma que lo fueron los curanderos en Tenochtitlan frente a la viruela en el siglo XVI). Sucede que, en la memoria, situaciones como la peste bubónica (en el siglo XIV) o la gripe española (ya en el siglo XX), quedan lejos y a gran parte de la población no le dicen nada. En un mundo donde lo inmediato es la norma, las 57 recomendaciones de Quinto Tiberio Angelerio para prevenir la peste, quedan obsoletas y desfasadas. Sin duda, una de las primeras reflexiones tendría que venir de eso, la desmemoria, o si se quiere sobre la responsabilidad individual frente a una crisis sanitaria colectiva, que afecta a todas las personas por igual.
De igual forma, derivado de esta reflexión, tendría que venir la que habla del impacto territorial del virus. ¿Por qué ciudades globales como Tokio, Toronto o Pekín tienen menos casos que Nueva York, Londres, Milán o la Ciudad de México? ¿Qué hicieron esas ciudades que la Ciudad de México, no efectuó? Desde lo local, ahí hay un campo fecundo para reflexionar. ¿Qué se hizo y bajo qué condiciones? ¿Qué resultados se obtuvieron y cuáles fueron los medios para ello? ¿Qué relación de casos hay entre esas ciudades y la de sus países?
En el caso mexicano, la crisis sanitaria se está expresando con mayor virulencia en la Ciudad de México. El objetivo primario del gobierno federal (no saturar los hospitales) está fallando en la capital. La enorme reconversión hospitalaria de principios de la pandemia está llegando a sus límites, si es que no la rebasó ya. Si bien no hay todavía escenas dramáticas como las de los parques en Milán, o los cadáveres en las calles de Ecuador, si hemos visto recientemente ambulancias estacionadas fuera de los hospitales públicos, al personal médico con marcado cansancio y un estrés estratosférico. No estamos tan lejos de ese escenario y cuesta entender que en ese contexto lo crucial en el debate público sea abrir los restoranes (como si la vida de las personas, una vez perdida, fuese a regresar, como sí puede pasar, por ejemplo, con los empleos y los negocios). De igual forma, también cuesta entender que el gobierno de la Ciudad no se diese cuenta que, en un gran número de casos, los capitalinos transformaron la acción de quedarse en casa por morirse en casa. Esto es gravísimo para un gobierno que se presentó bajo el manto de la innovación y los derechos, porque nos habla de una desatención emocional para con la ciudadanía. No sólo es que no hay camas, sino también influye la desconfianza a las instituciones hospitalarias. Basten algunos datos para verificar este enunciado:
- Son 248 mil contagios confirmados, lo que representa el 20% del total en el país.
- A principios de diciembre había 4 mil 382 hospitalizaciones, lo que puso al límite la capacidad hospitalaria de la Ciudad. Al día de hoy, la disponibilidad de camas en los hospitales está en un nivel superior al máximo registrado durante la primera ola (el pico según los datos del propio gobierno fue el 22 de mayo). Cifras oficiales hablan de una saturación de camas al 92%.
- El promedio diario de hospitalización se ha triplicado en tan solo una semana: 180 todos los días.
- A finales de diciembre había 18 mil 663 muertes registradas por Covid, que representan el 11 por ciento del total de defunciones por Covid-19 en todo el país. De igual forma, en el subregistro (es decir, tomando en cuenta los datos del Semefo), se habían acumulado 33 mil 426 muertes en exceso, lo que quiere decir que ha muerto 1 de cada 270 capitalinos. Más o menos un capitalino cada tres minutos y medio. Terrible.
- El daño y destrucción se propaga hacia otras áreas: han desaparecido 32 mil 493 negocios en la capital del país y según el INEGI, se han perdido a noviembre, 198 mil 491 empleos.
Es cierto que la Capital realiza un gran esfuerzo para hacer pruebas, pero también lo es que el programa arrancó tarde. No ha habido lo que se conoce como “inteligencia epidemológica” (el seguimiento de los contagios y la expansión territorial del virus). De igual forma, la gradual apertura de comercios y establecimientos (el aceptar el Buen fin) estuvo en contradicción con el discurso imperante de la Jefa de Gobierno, llamando siempre a la responsabilidad ciudadana: nunca estuvo claro qué si se podía hacer y qué no. Y hubo momentos en que ese semáforo naranja parecía verde y, también, al final la grandísima gama de tonalidades de naranja al rojo. Se hizo una aplicación a la entrada de los comercios y locales, pero estos no vigilaron su registro ni se les insistió en hacerlo. Por tanto, el rastreo del virus, quedó quién sabe dónde. Si faltaron medidas de acompañamiento al discurso de la Jefa de Gobierno seguramente será materia de análisis en el futuro próximo. De igual forma lo será el discurso en cuanto a la movilidad, qué tuvo un doble estándar: se exigió, por ejemplo, que los establecimientos privados que tuvieran controles de entrada (sólo se permitía que los locales tuvieran el 30% de su capacidad) que nunca se aplicaron en el Metro o en el Metrobús (ahí quedaron las fotos de los usuarios del metro Pantitlán). En todo este año, no ha habido mecanismos de coordinación, lo que ha impedido el reparto de las responsabilidades. Todas las miradas recaen sobre la Jefatura, algo a todas luces injusto.
Las alcaldías, por ejemplo, nunca lograron controlar al comercio informal y, en muchos casos, como en la Gustavo A. Madero, el tema ni siquiera estuvo en la mesa. Y ni qué decir de su actuación frente a las fiestas clandestinas -fiestas covid, como les llamó la prensa- en diciembre. Que ahora opten a la reelección es la más cruel de las ironías. Viene la pregunta, entonces, ¿cómo revertir este escenario, este muérete en tu casa? ¿Es posible hacerlo? Visto lo visto, tanto el gobierno federal como el de la Ciudad han apostado a la vacuna y su aplicación. Sin embargo, es que la vacuna será una solución a mediano plazo y que funcionará en la medida en que sea acompañada de otras acciones de política pública.
- Es necesario que la Ciudad cuente con un equipo de científicos independientes, capaces de redefinir las distintas políticas del Gobierno de la Ciudad. Una crisis sanitaria requiere de expertos en distintas especialidades, trabajando codo con codo para que la Ciencia esté al servicio de la ciudadanía.
- Toda ciudad global debe llevar algo de inteligencia en la creación de políticas publica. La Ciudad de México debe pensar en medidas de confinamiento específicas (mapas de seguimiento de contagios, ubicación de puestos de auxilio ciudadano de 24 horas, perímetros de vigilancia y cierre, etc).
- La política de comunicación debe ser permanente, para la comprensión social de los mecanismos de transmisión del nuevo coronavirus. Del mismo modo, necesitamos una campaña más amplia e incisiva para el uso correcto de las mascarillas. Es hora de ser más contundentes y agresivos en la comunicación.
- La política de salud debe asumir cuanto antes el hecho demostrado de que los aerosoles son el principal vehículo de contagio. Por ello, la Secretaría de Salud de la Ciudad debería implementar una campaña para entregar y distribuir cubrebocas a todo aquel que lo necesite, especialmente en los accesos del transporte público.
- Uno de los grandes retos de esta crisis va a ser hacerle frente al automóvil particular (que es -de momento- el único medio de transporte donde se puede replicar la burbuja sanitaria), fruto del miedo al contagio, así como adaptar el transporte público a los nuevos requerimientos. La cuestión es cómo podemos priorizar medios de transporte menos contaminantes al tiempo que se salvaguarda la salud de la población. Y aquí conviene hacer una apuesta decidida por la peatonalización y las infraestructuras ciclistas (¿por qué no pensar en calles bici en vez de exiguos carriles bici?), al tiempo que se reduce la necesidad de grandes desplazamientos gracias al teletrabajo y la flexibilización de horarios. Pensamos que a pesar de todas las dramáticas situaciones y consecuencias que acarrea esta pandemia, el coronavirus también abre una importante ventana de oportunidad para promover un cambio de modelo urbano que transforme nuestras urbes en entornos más justos, habitables y saludables.
- Mejorar la ciudad requiere de una colaboración entre urbanistas y planificadores de transporte, arquitectos, expertos en educación y profesionales de la salud, por nombrar algunos. Pero, sobre todo, el liderazgo y la coordinación son esenciales. La Jefa de Gobierno, los alcaldes y sus equipos deben tomar la iniciativa, reunirse, acometer mesas de trabajo para tener un frente unido frente a la emergencia sanitaria. También, es importante realizar inversiones directas que beneficien los diferentes aspectos en la ciudad.
- El confinamiento alumbró la importancia de la solidaridad y de las redes sociales, entendidas estas como aquellas que dan sentido a la ciudad como espacio de relación e intercambio comunitario; es decir, como garante de los derechos de la ciudadanía La ciudad de México debe promover políticas activas de participación e implicación ciudadana en el diseño de la ciudad poscoronavirus.
- Estudios recientes demuestras como la densidad no es un factor determinante para la propagación del coronavirus. De hecho, las zonas suburbunas de baja densidad no están exentas de peligro. Porque no es en la densidad donde está el riesgo –existen distintos tipos de tejidos urbanos densos que pueden contener de manera efectiva el número de contagios-, el riesgo está en el hacinamiento y la vulnerabilidad asociada, como se ve en Gustavo A. madero, Iztapalapa e Iztacalco. Sabemos que los riesgos ambientales y los factores de estilo de vida, y por lo tanto la salud, a menudo no se distribuyen equitativamente en la ciudad. Vemos gradientes de esperanza de vida y parte de ellos puede explicarse por estos factores diferenciales. En cualquiera de las medidas propuestas, debe considerarse la equidad.
- Seguramente una de las lecciones más claras de la crisis sanitaria sea la necesidad de disponer de unos servicios públicos de calidad, con recursos y con una gestión mejorada. Y para ello es necesario un urbanismo que constituya una fuerte red de dotaciones públicas distribuidas en el territorio, y que dé cobertura eficaz a las necesidades sociosanitarias de la población.
- Finalmente, la Ciudad de México es un ente complejo y para abordar sus desafíos necesitamos enfoques sistemáticos que tengan en cuenta muchos factores diferentes. Es importante que tengamos un enfoque holístico de nuestra ciudad, incluyendo áreas como la salud, la habitabilidad, la sostenibilidad, el cambio climático y la equidad simultáneamente.
La crisis sanitaria y sus derivados serán un proceso lento, desgraciadamente. De acuerdo a los últimos estudios, recién saldremos de esta situación a mediados de 2022. Queda un largo camino. La Ciudad de México puede ser ejemplo para el resto del país si asume que se encuentra ante la peor crisis de su Historia reciente. Es una cuestión, como casi todo, de voluntad.
*David Marklimo es escritor. Su último libro es Treinta y siete canciones de rocanrol y la melodía desencadenada (Agua Escondida Ediciones, 2020).