Por Miguel Tirado Rasso
Hace poco más de cuatro años, cuando el candidato republicano, Donald Trump, ganó las elecciones de su país, sorprendiendo a propios y extraños, lo titulares de los principales diarios nacionales destacaban la noticia con expresiones: “¡A temblar!”, “Sacudida global”, “Gana Donald Trump, incertidumbre mundial”. Y es que, el neoyorquino se había encargado de mostrar, durante su campaña electoral, un estilo agresivo con el mundo y, particularmente, ofensivo con su principal socio comercial de Latinoamérica.
Durante su campaña, repetía que los mexicanos éramos violadores, criminales y traficantes de drogas. “Quiero a los mexicanos, pero México no es nuestro amigo”, afirmaba. Además de insistir en la construcción de “un gran muro” en la frontera sur, que obligaría a que México lo pagara. Ante estas cartas de presentación, no resultaba gratuita la preocupación sobre el incierto futuro de la relación con nuestro vecino del norte.
La convivencia entre dos países tan disímbolos, no es sencilla. La vecindad geográfica y nuestra dependencia económica y comercial con la economía más poderosa del orbe, obliga a actuar con prudencia, diplomacia y tacto político, para mantener una relación estable y un trato respetuoso y digno. De alguna manera, esto se logró a lo largo de los cuatro años del gobierno del jactancioso Donald Trump. Eso sí, con algunas concesiones. No responder a sus provocaciones “tuiteras” y hacer oídos sordos de la oratoria trumpiana, tuvo su compensación en un cómodo dejar hacer y dejar pasar (excepto a inmigrantes) para el gobierno mexicano.
La fiesta se llevó en paz, pues, evitando dar lugar a reacciones no deseadas de parte del residente de la Casa Blanca. Una tarea que no fue fácil, pero que funcionó. Por eso no se entiende, el cambio de estrategia de parte del gobierno de nuestro país, que, como anticipo de bienvenida a la administración del presidente Joe Biden, hace a un lado la prudencia y relaja el manejo diplomático, incurriendo en situaciones provocadoras que pueden dar lugar a consecuencias indeseables, que a ninguna de las dos naciones conviene.
Por su megalomanía, Donald Trump llevó un gobierno personalista, impositivo y autoritario, con desprecio hacia las instituciones y la democracia de su país. El mandatario Biden, por su trayectoria en el sector público y amplia experiencia en la política, llevará un gobierno ciento por ciento distinto al de su antecesor, lo que debiera darnos cierta tranquilidad, al no estar ya sujetos a los vendavales, desplantes y volubilidad del neoyorquino. Con el nuevo gobierno, seguramente, la relación será institucional, más formal, previsible y sin sorpresas. O no muchas.
En el desequilibrio de nuestras relaciones, por llevar México la parte más débil, nos toca compensar con inteligencia, habilidad y agudeza política las diferencias. Como se recomendaba, hasta hace pocas semanas, hay que ser respetuosos con nuestro vecino y no engancharnos con provocaciones. Pero ahora resulta, que es, desde este lado de la frontera, en donde han surgido actitudes poco amistosas para quién acaba de llegar a la Casa Blanca. Contrastantes, por cierto, con el trato deferente que se tenía con el “amigo” Trump y, habría que insistir, las relaciones diplomáticas deben ser institucionales, sin mostrar filias o fobias.
En esta percepción de trato diferente, estaríamos poniendo en riesgo una buena relación con Washington. Y no se trata de ser obsequioso. De entrada, seguramente el presidente Biden buscará atender los muchos problemas que le heredó su antecesor y, para un profesional de la política, como lo es él, algunas descortesías no alterarán sus planes con su socio del sur. Eso sí, en razón de que las prioridades del nuevo mandatario son distintas de las del gobierno anterior, podrá haber diferencia en la atención y seguimiento de ciertos asuntos que tienen que ver con los dos países. Quizás sea en esto, en donde encontremos la explicación de esa distancia, no necesariamente sana, que se pretende establecer con el gobierno de Washington.
Porque son varios los temas que antes no importaban a nuestros vecinos, pero que para el nuevo gobierno son prioridad y, que, desafortunadamente para la 4T, son parte de los cambios que pretenden imponer, aun a costa de violar acuerdos internacionales, incumplir convenios comerciales, no respetar el estado de derecho o infringir la ley. Y es que, entonces, ya no habrá ese dejar hacer, dejar pasar, sin consecuencias. Ahora importará más el cumplimiento de compromisos contraídos. Algo normal, pero que, en una relación distante entre gobiernos no tan amigos, esos reclamos de respeto sobre acuerdos concertados, podrían denunciarse, maliciosamente, como acciones intervencionistas del imperialismo norteamericano, como alegato para evadir su cumplimiento.
Es el caso del carpetazo a la promoción de energías renovables para volver a la explotación de combustibles fósiles. Un modelo que viola el Acuerdo de París, sobre cambio climático; incumple con el acuerdo comercial en materia energética con los EUA, y pone en riesgo las inversiones privadas en esta materia. También la pretensión de nuestro gobierno de desaparecer el Instituto Federal de Telecomunicaciones y la Comisión Federal de Competencia Económica, entre otros órganos autónomos, cuya permanencia está contemplada dentro de los compromisos contraídos en el Tratado Comercial entre México, EUA y Canadá (T-MEC).
Una supervisión más estricta de las obligaciones laborales contenidas en este tratado, también resultaría muy incómodo para las autoridades de la materia. Y que decir del combate al narcotráfico, en el que los abrazos no han logrado superar en eficiencia a los balazos y sobre los que existen acuerdos de colaboración que también andan tambaleándose. Tampoco verá el nuevo gobierno norteamericano con buenos ojos la reforma a la ley del Banco de México, por los riesgos del lavado de dinero. Y varios temas más, cuyas obligaciones, legalmente acordadas en el pasado, la 4T pretende desconocer.
Sin las balandronadas de inicio del anterior gobernante estadounidense, se perciben vientos huracanados en el futuro de nuestra relación con el Tío Sam, si no honramos los compromisos institucionales, previamente, contraídos.
Enero 21 de 2021