Por Miguel Tirado Rasso
Hasta el sábado pasado, tras cuatro días de tensa incertidumbre, el candidato demócrata, Joe Biden, logró alcanzar y superar los ansiados 270 votos electorales, para ser considerado el ganador en la carrera hacia la Casa Blanca, según la proyección de varias cadenas estadounidenses ABC, CBC, CNN, entre otras.
De acuerdo a la práctica electoral de nuestros vecinos del norte, son las agencias informativas las que dan a conocer el resultado de la elección, que tradicionalmente se acepta como autorizado, aunque no se trate del anuncio oficial, porque son proyecciones basadas en la información que van generando los conteos de votos en cada uno de los estados de la Unión Americana. Y es que, cada entidad federativa lleva a cabo su propio cómputo de votos, por lo que, en la realidad, el proceso electoral presidencial consta de 51 elecciones, una por cada estado del país, más la del Distrito de Columbia.
En el, un tanto complicado, modelo estadounidense de elección presidencial, de sufragio indirecto, el ganador de los comicios lo determinan los votos de los electores del Colegio Electoral, no el voto popular. Cuando los votantes ciudadanos emiten su sufragio en favor de sus candidatos a la presidencia y a la vice presidencia, en realidad están votando por una lista de electores designados por los partidos políticos de su estado, que se comprometen a votar por los candidatos de ese partido y, aunque técnicamente, no están obligados a hacerlo, normalmente no hay sorpresas, porque respetan su compromiso.
Los electores son convocados para reunirse, en la capital de sus estados, el primer lunes del segundo miércoles de diciembre (14 de diciembre) para emitir, formalmente, su voto para presidente y vicepresidente y enviar los Certificados de Votos respectivos al Senado, en donde, el 6 de enero, en una sesión conjunta del Congreso, se cuentan los votos electorales y oficialmente se certifica al ganador. El anuncio oficial de los resultados corresponde hacerlo al presidente del Senado. El siguiente y último paso del proceso, es la toma de posesión del cargo que tiene lugar el 20 de enero.
Lo anterior, corresponde al desarrollo de un proceso en el que el candidato perdedor acepta el resultado de la elección. En estos casos, quien perdió admite su derrota y reconoce públicamente el triunfo de su rival político, al final del día de la jornada electoral, cuando los votos electorales obtenidos por su contrincante claramente superan el mínimo exigido por la ley para declararlo vencedor.
En la elección que comentamos, existían signos, desde la campaña, de que uno de los candidatos, el republicano, no estaría dispuesto a aceptar su derrota en caso de que así sucediera. Cuestionado sobre el tema, Donald Trump siempre evadió comprometerse a aceptar un resultado contrario, además de insistir, sin mayores elementos, que le iban a robar a robar la elección.
Trump maniobró contra lo que veía como una real amenaza para su reelección: el voto por correo. Una fórmula muy favorecida por los votantes demócratas, que buscó descalificar. Pocos meses antes de la elección, nombró a un incondicional al frente de la Oficina del Servicio Postal que intentó afectar la operación del servicio. Recortes de personal, reducción del presupuesto y eliminación y reubicación de cientos de buzones, fueron algunas de las medidas aplicadas, además de declaraciones públicas sobre la incapacidad del servicio para cumplir con el envío oportuno de los votos por correo. El boicot no funcionó y, como quizás lo presentía el neoyorquino, fue, precisamente, el voto por correo el que lo acabó de sepultar.
No deja de llamar la atención que, el presidente de la Nación más poderosa, la de la democracia más añeja, acuda a recursos propios de mandatarios bananeros, alegando lo inaudito para echar abajo el resultado de la elección; denuncie fraude electoral, sin aportar evidencia alguna; cuestione la legitimidad de los comicios; amenace con judicializar el proceso, y mande al diablo las instituciones.
Previendo un fallo adverso, Trump contaba ya con un equipo de abogados para objetar los resultados en los estados “clave”. Aquellos en los que al inicio del conteo de votos presenciales aparecía con números que le favorecían, pero que, conforme se fueron computando los votos por correo y anticipados presenciales, la tendencia se invirtió, favoreciendo a su opositor demócrata y llevándolo a la victoria.
Por lo pronto, varias de las objeciones presentadas por la campaña de Trump, han sido rechazadas por la autoridad judicial y, de acuerdo a la opinión de expertos, con base en los conteos registrados, la posibilidad de echar a bajo el resultado favorable a Joe Biden se ve casi imposible. Los estados tienen hasta el 8 de diciembre, para dirimir todas las disputas electorales, incluyendo impugnaciones y recuentos. El equipo del republicano tratará de llevar el problema hasta la Corte Suprema, aunque para ello tendrá que superar la instancia de las cortes estatales.
El hecho de que Donald Trump no sea un político profesional con vocación de servicio público y respeto a ciertos valores, sino un empresario jugando a la política, complica la resolución de esta controversia postelectoral, porque, el magnate, no ve más allá de su interés personal. En su razonamiento empresarial sólo cuentan las ganancias; vencer es su único objetivo; sacar ventaja siempre; no hay lugar a la negociación, porque significa ceder un poco y esto equivale a perder, algo que abomina. Su egoísmo y altivez son su motivación y, por supuesto, para él no cabe ninguna consideración del daño que su actitud pueda causarle al país y a su tradición democrática. Su salida de la Casa Blanca, entonces, no se ve sencilla, a menos que, del lado republicano, lo presionen.
Como lo señalamos antes, hasta el seis de enero se dará el anuncio oficial del ganador de la elección. Esto es, dentro de 55 días, lo que en política y diplomacia puede ser demasiado tiempo de espera para felicitar al pueblo norteamericano por su elección presidencial y, no se diga, para saludar y felicitar a quien, según los usos y costumbres de su país, se considera ganador virtual con los resultados publicados desde el 7 de noviembre. El comentario viene a cuenta por que el presidente Andrés Manuel López Obrador, respetuoso de la Doctrina Estrada, según ha declarado, esperará a felicitar a Joe Biden hasta que se de el aviso oficial de su triunfo.
De verdad, ¿será políticamente conveniente, esperar, casi dos meses, para que el mandatario del principal socio comercial de los EUA, además de vecino colindante, tenga una deferencia con el flamante virtual presidente electo?
Noviembre 12 de 2020.