Por Miguel Tirado Rasso
El pasado 18 de octubre se celebraron elecciones en los estados de Coahuila e Hidalgo. En el primero, se renovaron los ayuntamientos y en el segundo, el Congreso local. Segundo proceso electoral en los tiempos de la 4 T, en el que Morena le quedó a deber a sus expectativas. Habrá que decir que Hidalgo y Coahuila son dos de los cinco estados de la República en los que la alternancia política sigue esperando y el PRI conserva su hegemonía. Los otros tres son Campeche, Colima y Estado de México.
Para sorpresa de muchos, dada la raquítica condición del otrora partidazo y su muy discreto desempeño en su calidad de oposición, el tricolor mostró el vigor de tiempos pasados y arrasó en los comicios de Coahuila. De las 16 curules en disputa, se llevó todas. El carro completo, pues Y, con esto, recuperó la mayoría en el Congreso local.
Con una participación electoral de 39.3 por ciento, el PRI obtuvo casi la mitad de los votos emitidos (49.3 por ciento), muy por arriba del segundo lugar, Morena, que alcanzó sólo el 19.34 por ciento de votos. En este descalabro electoral de la oposición local, el PAN consiguió escasos 9.9 por ciento de sufragios y tres partidos nacionales perdieron su registro estatal al no alcanzar el mínimo de 3 por ciento de la votación: Partido del Trabajo (PT), Partido de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (MC).
En el caso de Hidalgo, con una asistencia del 48.9 por ciento de electores, el tricolor salió bien librado, pues de 84 municipios, ganó en 33, incluyendo la capital, Pachuca, que recuperó, y la segunda ciudad en importancia, Tulancingo. Once ayuntamientos más que los obtenidos en los comicios de 2016. En este proceso participaron 11 partidos, 7 nacionales y 4 locales. El PRD ganó 7 alcaldías y seis más, en alianza con el PAN. Morena ganó 5 municipios y 5 más en coalición con los partidos Verde, del Trabajo y Encuentro Social (PES). El PAN, Nueva Alianza (NA) y PES obtuvieron 5 municipios cada uno; el PT, 4; MC y el partido Verde, 3 cada uno; el partido Podemos, dos, además del triunfo de un candidato independiente.
Una mala jornada para la oposición en el estado, que le significó un retroceso en su posicionamiento político, por el número de municipios obtenidos en comparación con los comicios de 2016. El PAN, de haber obtenido entonces 17, ahora sólo ganó 5 ayuntamientos. El PRD que contaba con 15 alcaldías, se queda con 7. El caso de Morena es diferente, ya que su condición de partido en el poder elevaba la mira a un triunfo muy superior a su realidad.
En 2016, el partido Morena obtuvo sólo una alcaldía, reflejo de su calidad de organización política de reciente registro (2014). En 2018, las elecciones para diputados locales se realizaron simultáneamente con las federales, con buen resultado para los morenistas que arrasaron en todos los distritos electorales (17), menos en uno. En aquella ocasión, el tsunami López Obrador hizo que los electores votaran en paquete, lo que le dio a Morena la mayoría absoluta en el Congreso estatal. Ahora, en la elección para las alcaldías, se hizo patente la ausencia del atractivo de Morena, que es su fundador, que sumada a los tropiezos internos del Movimiento de Regeneración que no logra resolver su presente ni definir su futuro, llevaron al partido a un pobre resultado.
En los dos procesos, el PAN resulta ser el gran perdedor. De segunda fuerza política pasa a un tercer lugar. El PRI, por su parte, recibe una muy necesaria y oportuna oxigenación, que esperemos lo reactive y lo saque de su parsimonia. Son buenos resultados, en estados que dominan y en los que, seguramente, se escuchó la opinión de las fuerzas locales para la postulación de candidatos. En estos triunfos, el secreto está en la selección de candidatos honestos, comprometidos, de limpia trayectoria y populares, porque la marca de la casa está deteriorada y se requiere de buenos personajes que la rescaten.
Como ya es costumbre en nuestros procesos electorales, los derrotados amenazaron con impugnar los resultados, alegando toda clase de irregularidades, para tratar de ganar, por la vía judicial, lo que el voto popular les negó. Lamentable que, quien pierde, se niegue a reconocer su derrota. Esa falta de madurez, sigue opacando nuestro desarrollo democrático. Mal presagio, cuando los más renuentes a aceptar los resultados electorales que no les favorecen, son, precisamente, los del partido en el poder.
Octubre 29 de 2020