*Brillan por su Ausencia Decisiones pro Interés Público
*Alteraciones de Conducta y el Resentimiento de Clase
*Menguar o Simplificar el Asunto a Venganzas Personales
*Asunto Serio la Sensatez o Insensatez en la Toma de Decisiones
*¿Y si hoy el Presidente se Equivoca por Sesgos Ideológicos?
Por Ezequiel Gaytán
Uno de los temas más trabajados en la segunda mitad del siglo XX y lo que ha transcurrido del presente es el análisis de la toma de decisiones. Por supuesto que desde los debates atenienses el tópico ya era objeto de estudio, pues la importancia de decidir y tomar partido por un curso de acción de entre varias opciones llega a ser difícil.
En el ámbito de la vida diaria tomamos decisiones, algunas son intrascendentes, tales como desayunar huevos rancheros o revueltos. Sin embargo, en el campo de la política el tema es de ocupación y de preocupación, pues desde el púlpito del gobierno los políticos deciden por nosotros. A eso le llamamos democracia representativa, ya que delegamos en una persona el trabajo de decidir, no obstante que desconocemos muchos de los problemas de personalidad psicológica y de la capacidad o inteligencia emocional de quienes elegimos. Los políticos, suponemos, han desarrollado algún tipo de madurez con el propósito de que correspondan con visión de Estado a las situaciones o problemas. En otras palabras, lo que esperamos de ellos es que decidan en favor del interés público y no en favor de sus negocios o intereses personales y partidistas.
Es claro que no debe ser fácil tomar decisiones cuando el panorama que se les presenta es seleccionar, de entre las opciones del momento, por la menos mala. El problema se agudiza si el responsable de decidir es de personalidad ansiosa, por ejemplo, aunque el conflicto sea pequeño, pues puede ocurrir que se perturbe su capacidad de análisis y disminuyan sus habilidades racionales. Eso implica una alteración en su conducta, que florezcan resentimientos de clase y mengüe o simplifique el problema a venganzas personales.
Existen claros ejemplos en la historia de la humanidad que los políticos han tomado decisiones insensatas. La historiadora norteamericana Bárbara W. Tuchman (1912-1989) escribió, de entre sus magníficas obras “La marcha de la locura. La sinrazón desde Troya hasta Vietnam” y nos demuestra con ejemplos cómo los gobernantes se obsesionaron neciamente con sostener su decisión, no obstante que sus asesores y la realidad recomendaban dar marcha atrás a la decisión.
Al presidente Adolfo Ruiz Cortines se le atribuye la frase “El presidente decide y soluciona el veinte por ciento de los problemas que se le presentan. El gabinete soluciona el diez por ciento. Por su parte el tiempo resuelve el sesenta por ciento. Pero el restante diez por ciento no lo solucionan ni el tiempo, ni el gabinete, ni el presidente”. No sé si es cierta la irónica expresión, pero es claro que entre las conclusiones de esa máxima está la sabiduría de conocer el tiempo y la importancia política de la “no decisión” como opción cuando los equilibrios son precarios y decidir, no importa en qué sentido, será negativo para todas las partes.
La sensatez o insensatez en la toma de decisiones es un asunto muy serio y de ahí que los asesores, el gabinete y la realidad deben ser consejeros de un primer mandatario, pues sólo hay un responsable histórico y millones de personas pagan para bien o para mal las consecuencias.
En ocasiones lo recomendable es dejar que el tiempo transcurra y tener mejor visión acerca del problema. En otros momentos, lo inteligente es prevenir y tomar las decisiones oportunamente y tomar la menos mala de las opciones. A eso se le llama sensibilidad política y es un rasgo común de los grandes estadistas. Es muy difícil, en el momento, emitir un juicio objetivo acerca de lo que ocurre en los altos espacios del poder. Sobre todo cuando no tenemos toda la información que posee un mandatario. Él tiene los datos jurídicos, económicos, sociales, administrativos y técnicos.
De ahí que la decisión debe tomarla en condiciones de certidumbre, con visión de largo plazo y en el momento correcto. Existen expertos en el tema y desarrollan escenarios mediante proyecciones tales como la Teoría de Juegos o Generación de Opciones de Decisión. Puede que se trate de modelos técnicos, pero quien debe darle sentido político y contexto social es el político que está al frente de la nación.
Hoy vivimos en México una situación anómala. Las decisiones que tome nuestro presidente son, me queda claro, difíciles y deberá decidir de entre las opciones por la menos mala.
Si acaso se equivoca por inmadurez o por sesgos ideológicos, la población pagará las consecuencias. En caso contrario, si decide con sensatez, de todas maneras, no será fácil seguir el camino, pero habrá un horizonte de prosperidad. La suerte está echada.