La Desconfianza: Castigo de los Populistas

Por Nidia Marín

¿Puede un presidente no ser sujeto de credibilidad? Sí. Y las pruebas más claras de este problema se ubican en Estados Unidos y en México, donde los pobladores sufren las consecuencias, por ejemplo, de no hacer caso a tiempo y con la necesaria prevención ante el Covid-19.

Allá tras la frontera, el inefable mandatario se declaró, o lo declararon, con Covid-19. Y la primera idea que se vino a la mente fue ¿no que no tronabas pistolita? O algo más elaborado y certero.

¿Y si el loquito lo inventó para subir puntos en su campaña? Hoy, los norteamericanos no saben ni qué creer, si lo que les dicen los médicos del mandatario pudiera responder a estar colaborando para la campaña de “víctima” que ahora asume el agente naranja o a una realidad que pudiera ocurrir cuando en Estados Unidos suman al día de ayer casi siete y medio millones de infectados y con ello enarbolan el cetro mundial del país más contagiado por la pandemia. Las otras cifras de Estados Unidos son aterradoras: 210,313 muertos.

Pero por estas tierras aztecas no cantamos mal las rancheras, no sólo en cuanto a las abultadas cifras, ya que de la noche a la mañana sumaron 81,877 muertos, un salto mortal en 24 horas que se tradujo en que, por todos los rincones del país, se dijera: “Ya ven teníamos razón estaban ocultando las cifras”. Y sí, con todo y el galimatías de explicación que dieron en la conferencia diaria y con “lopitos-gatell” tratando de ser creíble, hay quienes no dan para más: es y así será porque el hombre no se respeta en lo más mínimo y sólo obedece ciegamente instrucciones.

Por otra parte, en nuestro país, igual que en el otro lado, realmente el presidente cree que puede engañar a todos. Pero, no es así. Y lo que logra es exhibirse tal y como es: grosero, arbitrario y egoísta.

¿Ejemplos? Tome usted los que guste. Los de reciente cuño son, por ejemplo, el señalamiento a los grupos de FRENAA que ocupan el zócalo de que si reunían 100,000 personas él se iba a La… que cada vez está más cerca, es decir a Palenque. Ello, cuando los del plantón reunieron la cifra (más allá de la pésima costumbre en el gobierno capitalino de truquear fotografías, cero y van tres en la actual administración). Entonces, el elegido se echó para atrás y dijo que se iría si las encuestas así lo señalaban. Es evidente que los muestreos que él paga son los que cuentan.

Otro terrible ejemplo fue el planteamiento hecho contra el Financial Times, después que este prestigioso medio de comunicación lo denominara “López Obrador la nueva figura del autoritarismo en Latinoamérica”, además de criticar el desmantelamiento de instituciones que el mexicano está haciendo en nuestro país.

Y de ahí la falta de credibilidad de estos presidentes. Y de ahí la crisis que afecta tanto a la Casa Blanca como a Palacio Nacional, donde mandan, por azares de un cruel destino para los estadounidenses y los mexicanos, dos personas sin criterio, conocimientos y responsabilidad para con sus gobernados.

En efecto, la falta de confianza va en aumento, lo mismo allá que acá. En el vecino del norte con el agravante del proceso electoral en marcha, mientras en México con los constantes y nocivos soliloquios, los insistentes desmantelamientos de las instituciones democráticas y las ininterrumpidas agresiones a los mexicanos de las clases media y alta, mientras el país, ahora sí se va al despeñadero.

Mientras tanto, en ambas naciones se multiplican los descontentos, así como los movimientos para defender la democracia y evitar que las acciones de los gobiernos populistas sigan deteriorando más a los países, tal y como ha sucedido en América Latina con una cuarteta de naciones a las que rigen “hombres fuertes” o usurpadores de sus respectivas leyes.

Desde la transición del año 2000 en México, los ciudadanos hemos aprendido a ejercer nuestros derechos políticos, a sopesar (no lo suficiente) nuestras responsabilidades públicas; hemos aprendido a protestar ante la iletrada política interna del gobierno, a sentirnos capaces de influir en las decisiones de los gobernantes, por la buena, aunque a veces por la mala.

Efectivamente, hoy más que nunca, desde que inició el siglo XXI, los ciudadanos desconfiamos de quienes encabezan las instituciones políticas mexicanas. Y no fue gratuito. Ellos se lo ganaron.

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