No digas nada,
Patrick Radden Keefe.
Reservoir Books
(Madrid), 2019.
No podemos seguir fingiendo que cuarenta años de guerra cruel, sacrificio, pérdida, prisión, inhumanidad, no nos ha afectado a todos y cada uno de nosotros en nuestro corazón, nuestra alma y nuestro espíritu.
Bernadette Devlin
Por David Marklimo
Los conflictos territoriales han dado lugar a episodios cruentos y violentos a lo largo de los años. A pesar de que hayan finalizado en la práctica, aún siguen latentes en la mente de muchas personas. Vemos, entonces, el debate político, cargado de palabras como perdón, olvido, paz, porvenir. Uno de estos casos, es de manera incuestionable, el conflicto en Irlanda del Norte, entre el Ejército Republicano Irlandés (IRA) -un grupo que llegó a ser catalogado como terrorista- y el Estado Británico.
En No Digas Nada, Patrick Radden Keefe lleva a cabo una investigación, a caballo entre novela policíaca y parte de guerra, que arranca en el Belfast, capital de Irlanda del Norte, de 1972. Es una época de disturbios, coches bomba y violencia. Empieza por narrar algo común esos días, el interior de una familia irlandesa.
Vemos una escena familiar que será víctima, por parte de una veintena de vecinos y en su propia casa, del secuestro de Jean McConville, de treinta y ocho años de edad y con diez hijos. El inicio de un trauma, pues a partir de esa noche, poco y nada se supo de McConville: su familia, durante treinta años, estuvo sin saber su paradero ni si seguía con vida.
Keefe nos presenta un relato estructurado en tres grandes partes correspondientes todas al conflicto irlandés: Claro, Puro e Indiscutible; Sacrificio humano y Reparación. Se retratan de manera humana las vidas de aquellos que participaron en el mismo y las huellas que este les causó. No hay excesivos detalles, no hacen falta para dimensionar el horror y la violencia. Se trata de un ejercicio periodístico de alto valor, testimonial, de gran certeza a la hora de pintar la línea entre lo que se está bien y lo que está más allá de todo mal. Podríamos resumir el drama de la siguiente forma: los muertos del IRA no solo se produjeron a manos del enemigo o por huelgas de hambre en la cárcel, sino también en muchos casos por sus propios camaradas, acusados ante quien sabe qué instancia de ser confidentes y filtrar información al ejército británico. Son muertes ocultas no únicamente de las autoridades, sino también de sus familias que ven como sus parientes desaparecen en el aire. Algo de esto sabemos en México, las desapariciones implican tumbas sin cuerpos, sin un lugar específico para llorar a sus seres queridos. El drama irlandés nos lleva a un territorio donde los cadáveres se encuentran años después, en cualquier sitio y de cualquier manera.
Bono y The Edge, famosos integrantes del grupo U2, escribieron una canción cuyo coro se preguntaba: ¿cuánto tiempo deberemos cantar esta canción? Leyendo a Keefe podemos esbozar una respuesta. Los recuerdos están siempre, siempre, presentes, no es posible hacer que esa canción deje de sonar. La memoria es una parte imprescindible para finalizar cualquier conflicto. Sirve para conseguir la calma necesaria para seguir adelante. Pero no es suficiente del todo. En Irlanda, como en muchos otros sitios, sigue faltando un ejercicio de recuperación histórico. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué fin? Quizá cuando se logren responder estos interrogantes, Bono y The Edge podrán dejar de cantar.