“Street Food” y el Sur Global

Por Itzel Toledo García

El 21 de julio, la empresa de entretenimiento estadounidense Netflix lanzó la segunda temporada de la serie “Street Food” de Brian McGinn y David Gelb, quienes también crearon “Chef´s Table”, la serie documental que explora la cocina de los chefs más reconocidos del mundo, con quienes dialoga sobre sus rutinas y filosofías.  “Street Food” es una serie documental que se enfoca en explorar comida callejera en diferentes ciudades; la primera temporada se enfocó en Asia y la segunda se ocupa de Latinoamérica. En cada capítulo se presenta la rutina de los chefs que venden comida callejera en ciudades ubicadas en países del llamado sur global.

Esta serie ha llevado a críticas tanto en medios tradicionales como redes sociales. La mayoría de las críticas se han enfocado en festejar que esta serie ha logrado presentar los platillos representativos de diferentes ciudades a través de chefs de la calle, quienes relatan cómo empezaron a cocinar y el impacto que ha tenido su puesto en su vida y la de sus familias, así como en la de la gente local. Así, las críticas celebran que se presenta la vida de gente común que mantiene la tradición de la comida típica y que le da un toque especial, vendiéndola en las calles y mercados. En las redes sociales también se ha celebrado la multiculturalidad de personas presentadas para la serie, por ejemplo, en la temporada sobre Latinoamérica vemos mujeres indígenas, afrodescendientes y lesbianas.

Sin embargo, ha habido fuertes críticas a esta serie por la exotización de los platillos y la vida de los chefs de la calle, a quienes acompañamos en sus rutinas de trabajo, pero de quienes no sabemos sobre su filosofía (mientras que en “Chef´s Table” sí se pregunta sobre su filosofía a los chefs más reconocidos del mundo). Incluso, el director filipino Erik Matti señaló que el capítulo dedicado a la provincia de Cebu en la primera temporada era un ejemplo de pornomiseria, la cual mercantiliza las historias de pobreza y miseria.

En otras ocasiones se ha criticado la narrativa sobre la historia de algunos países; por ejemplo, en el capítulo sobre Buenos Aires se repite la idea de una Argentina más similar a Europa que a otros países latinoamericanos, señalando poca presencia indígena e ignorando por completo la presencia africana. Se repite, entonces, la visión blanca sobre la historia de Argentina, la cual ha sido cuestionada en las últimas décadas desde la academia y el activismo. Otra crítica que se ha hecho a la segunda temporada es a la falta de un capítulo que se enfoque en algún país centroamericano: otra vez esta parte de la región es dejada de lado frente a países que son considerados más fuertes en términos políticos, culturales o económicos como son Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Bolivia y México.

En una entrevista al blog de noticias Mashable, McGinn y Gelb explicaron que se asumen como externos de las comunidades y que se enfocan en “resaltar lo que está ahí y agregarle un poco de cámara lenta”. Las palabras de McGinn y Gelb recuerdan a las de viajeros decimonónicos provenientes de Estados Unidos y Europa quienes al escribir sobre sus estancias en Latinoamérica sostenían que se ocupaban de presentar de manera objetiva lo que habían visto. Sin embargo, como han demostrado autoras como Mary Louise Pratt y Beatriz Ferrús Antón, entre otras, esos viajeros miraban a Latinoamérica desde su marco de pensamiento imperial en el que existe una dialéctica entre otro/yo, colonia/metrópoli, atraso/modernidad y bárbaro/civilizado. Algo similar ocurre cuando “Street Food” presenta la comida callejera de Latinoamérica, pero también la de Asia.

Hasta la fecha, en las dos series, los estadounidenses McGinn y Gelb, generalizan las vidas de vendedores de la calle del sur global (la otredad) a través del siguiente arquetipo: el o la vendedor(a) que trabaja de madrugada a noche para mantener vivo y exitoso un puesto que le ha permitido superar retos personales, ya sea rescatar el negocio familiar o mantener a la familia, y sociales, como tener que convencer a los clientes de nuevos platillos, enfrentar la violencia de otros vendedores que no quieren más competencia, ser atacados por la policía o ser removidos por política de las administraciones locales. Esto último, recordemos, ocurrió nuevamente en diferentes partes de la Ciudad de México (Polanco, Reforma, el Centro Histórico) en agosto, quitando la oportunidad laboral para cientos de familias.

Mientras estas historias de superación personal son romantizadas, el programa olvida mencionar o dialogar con personas del sur global que enfrentan los mismos retos estructurales y que, a pesar de trabajar largas jornadas laborales, ser innovativos y transportarse por horas hasta su lugar de trabajo, no logran salir de estados de pobreza o pobreza extrema. El programa también olvida darle voz a los comensales de los puestos de la comida callejera, solamente escuchamos a historiadores o chefs que visitan los puestos.

McGinn y Gelb dicen que esta serie documental es un recorrido culinario que podemos hacer juntos desde nuestros hogares. Sin duda el recorrido culinario es magnífico, nos toca como audiencia ver con ojos críticos lo que se nos presenta desde el norte global sobre el sur.

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