Una investigación publicada ayer en la revista Science –en la que participó el Centro de Geociencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), campus Juriquilla–, ha demostrado que las medidas de confinamiento, a principios y mediados de 2020 para combatir la propagación de Covid-19, condujeron a una reducción de 50 por ciento en el ruido sísmico en todo el mundo.
Si bien 2020 no ha visto una disminución en los terremotos, la caída en el zumbido antropogénico no tiene precedente y está relacionada con las menores actividades económica e industrial, la menor dinámica de turismo y la reducción de viajes internacionales.
La mayor reducción de esas pequeñas vibraciones de la superficie de la Tierra se detectó en áreas urbanas, pero el estudio también midió menores índices del fenómeno geológico en sensores enterrados a cientos de metros en el subsuelo y en áreas remotas, como en África subsahariana.
En el trabajo científico, que in-volucró a 76 sismólogos de 66 instituciones especializadas en 27 países, se analizaron datos adquiridos durante varios años en más de 300 estaciones sísmicas por todo el mundo.
El análisis presenta evidencia de que señales vibratorias previamente enmascaradas se ven con mejor claridad en los registros de sensores en zonas urbanas durante el confinamiento, especialmente durante el día.
Tradicionalmente, la sismología se enfoca en medir las ondas sísmicas que surgen después de un terremoto; sin embargo, los registros sísmicos de fuentes naturales están contaminados por las vibraciones de alta frecuencia (zumbido) producidas por los humanos en la superficie: caminar, conducir automóviles y trenes generan señales sísmicas únicas en el subsuelo. La industria pesada y el trabajo de construcción también generan ondas que se registran en los sismómetros, precisa la publicación.
Con el incremento en la urbanización y el crecimiento de la población a escala global, más gente vivirá en zonas de amenaza geológica, por lo tanto, será más importante que nunca caracterizar el ruido antropogénico de tal manera que los sismólogos logren entender y puedan monitorear los movimientos del subsuelo bajo nuestros pies, especialmente en las ciudades, señala la investigación.