Recorrido por “La Memoria del Mundo”

Reportaje

Por Susana Vega López, (Enviada)

PUEBLA, Pue.- Contiene un acervo invaluable de 45 mil libros con ejemplares que tienen siglos de antigüedad. Nueve de ellos son incunables, es decir, no hay otro en ninguna parte. Es un recinto excepcional, único en el mundo, espectacular. No por nada la UNESCO lo bautizó como “La Memoria del Mundo”: la Biblioteca Palafoxiana de Puebla.

Es un lugar que se ubica en el Centro Histórico de la llamada “Ciudad de los Ángeles” y se dice que fue fundado en 1646 por el obispo Juan de Palafox y Mendoza. Ahora es la Casa de Cultura, en donde se guarda celosamente este patrimonio cultural e histórico de incalculable valor, el cual está bajo la protección de la UNESCO al tenerlo en su lista como uno de los sitios culturales de mayor importancia para la humanidad.

Y son los poblanos, orgullosos poseedores y guardianes de esta colección de libros y documentos, quienes se engalanan con este legado de libros que llegaron, muchos de ellos, procedentes de Europa a partir del Siglo XV para ser consultados por estudiosos, gente erudita, científicos de aquel entonces y, en general, para toda aquella persona con interés en los temas que en ellos se abordaban.

Al principio, se guardaron en amplios libreros de la entonces biblioteca que formaba parte del seminario del Convento de San Juan y que estaba abierta al público explica el historiador Juan Fernández del Campo quien se refiere, especialmente, a los libros incunables “La Ciudad de Dios”, de San Agustín (escrito en 1482), “Crónicas de Neuremberg” (de 1493) y el libro más antiguo que conserva este inmueble: “Los Doce Libros de Historia de Heródoto“, impreso en Venecia en 1473.

La importancia de “La Ciudad de Dios”  es que establece todas las bases teológicas y jurídicas para las cuales va a ejercer la iglesia su  división de poderes: el poder terrenal y el divino o de la iglesia pues se escribe precisamente en la época en que la iglesia iba creciendo en poder -Siglo III y IV-; el momento en el que San Agustín vivió cuando la iglesia ejercía poder discretamente y para que no hubiera confusión de lo que era la iglesia, separada de las monarquías. De ahí su valor histórico y cultural.

El historiador Fernández del Campo hizo saber que los libros llamados incunables son muestra de las primeras formas de la imprenta y el conocimiento de la técnica para lo que son hoy los libros, que tienen sus orígenes en el siglo XVI en la forma de ser concebidos. Los libros del Siglo XV no tienen los convencionalismos de los libros actuales en su manera de editarse o presentarse.

Con precisión informó que son incunables por la cuna de la tipografía toda vez que las letras, una a una, se iban colocando en una plancha. Comenta que los chinos inventaron la imprenta cinco siglos antes que Gutemberg, pero lo que hacían ellos era poner en una sola tabla todos los caracteres y eso dificultaba la trasmisión del conocimiento por lo tardado del proceso y lo que hizo Gutemberg fue poner tipo por tipo, letra por letra y formar un negativo que se estampaba al positivo –los libros-que reproducía ejemplares con más facilidad en el número que pedía el comitente (quien encargaba la edición y la pagaba), que era generalmente la iglesia católica o las universidades, muy raras veces el rey o sus allegados.

La Biblioteca Palafoxiana conserva el mobiliario de hace siglos y su nombre, reiteró, se debe al virrey y obispo de Puebla en 1640,  Juan de Palafox y Mendoza, su fundador  quien donó al seminario de San Juan cinco mil libros de su colección personal, con el propósito de que éstos estuvieran disponibles para los científico, pero también para aquellas personas que supieran leer y escribir. Este gesto significó la creación de la Primera Biblioteca Pública de América.

Su acervo cultural es de más de 45 mil libros antiguos, 5 mil 348 manuscritos, 9 incunables, 7 mil impresos mexicanos y dos mil impresos sueltos que pueden consultarse en el inmueble localizado en avenida 5, oriente 5 en pleno centro y es un atractivo turístico que nadie se debe perder porque es un testimonio de la  arquitectura colonial considerada una obra de arte por el exterior. Tan sólo caminar por el interior y admirar todos esos ejemplares que guardan celosamente un gran conocimiento en sus estantes y mobiliario originales es placentero.

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