El Papa Francisco presidió un momento de oración en el Sagrato de la Basílica de San Pedro, con la plaza vacía.
El Pontífice invitó a todos los feligreses a participar espiritualmente, a través de los medios de comunicación, “a escuchar la Palabra de Dios, a elevar una súplica en este tiempo de prueba y a adorar al Santísimo Sacramento”.
Fueron colocadas, cerca de la puerta central de la Basílica Vaticana, la imagen de la Salus Populi Romani y el Crucifijo de San Marcelo,imágenes ante las cuales el papa, el tercer domingo de Cuaresma, imploró la protección de quienes sufren en este difícil momento, dirigiéndose en visita a Santa María La Mayor y a la Iglesia de San Marcelo en Vía del Corso, en el centro de Roma.
En una plaza desierta, envuelta en silencio y mojada por la lluvia incesante, el papa regaló a los fieles católicos del mundo una ceremonia inédita, una homilía y una bendición posterior que los creyentes católicos tuvieron que seguir a través de los medios de comunicación.
La Santa Sede ha ordenado el cierre hasta el 3 de abril de la plaza y la basílica de San Pedro, como medida de precaución ante la propagación de esta pandemia, que ha dejado ya al menos cinco casos positivos en el interior del Vaticano.
La bendición “Urbi et Orbi” se imparte habitualmente en tres ocasiones: cuando el papa es elegido sucesor de Pedro, el 25 de diciembre por Navidad y en Pascua.
El Papa Francisco hizo una meditación, donde el Santísimo Sacramento fue expuesto en el altar colocado en atrio de la Basílica vaticana.
Después de la súplica, realizó el rito de la Bendición Eucarística ‘Urbi et Orbi’.
El Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro, pronunció la fórmula para la proclamación de la indulgencia”.
Pero también se ofrece en ocasiones muy puntuales, como en 1942, cuando Pío XII lo hizo con motivo de su Jubileo episcopal y del XXV aniversario de las apariciones de Fátima.
El papa Francisco ha querido tener ahora un gesto extraordinario, cuando el mundo sufre la expansión de este virus que se ha cobrado ya la vida de más de 25.000 personas a nivel global.
“Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”, ha dicho el papa al comenzar su homilía.
La de este viernes ha sido una cita de oración universal, que propuso el propio Jorge Bergoglio el pasado domingo tras el rezo del Ángelus y que ha tenido otra característica particular: todos los católicos han tenido la oportunidad de obtener la indulgencia plenaria, tal y como estableció recientemente Francisco en el decreto de la Penitenciaría Apostólica.
En este documento, el papa otorga indulgencias a todos los enfermos con coronavirus, a sus familiares, a quienes les cuidan y a todo el que reza “para pedir el cese de esta pandemia, el alivio de los que sufren y la salvación eterna de los fallecidos”.
La ceremonia sin precedentes en el Vaticano comenzó a las 18.00 hora local (17.00 GMT), cuando el papa se dirigió en silencio desde las escaleras de la plaza vaticana hacia el sagrario donde ofreció una homilía.
Después, se acercó despacio hacia la puerta central de la basílica del Vaticano para rezar ante la imagen de la Virgen Salus Populi Romani, que habitualmente se guarda en la Basílica de Santa María la Mayor,
como y también el Cristo crucificado de la Iglesia de San Marcello, al que el pontífice rezó el pasado 16 de marzo dejando una fotografía memorable, un paseo por una Roma vacía, con sus gentes confinadas en sus casas.
Este Cristo fue llevado en procesión en 1522 por Roma para pedir el fin de la peste que asolaba la ciudad y desde entonces ha sido llevado en procesión a San Pedro cada año sagrado, alrededor de cada 50 años.
En la homilía que ofreció momentos antes en la plaza, Francisco dedicó unas palabras a los “médicos, enfermeros, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas” y a todos aquellos “que comprendieron que nadie se salva solo”.
De ellos dijo que son ejemplo de valentía y generosidad porque “ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida”.
Son “personas comunes -corrientemente olvidadas- que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show, pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”, expuso.
También tuvo un recuerdo especial para los “padres, madres, abuelos y abuelas, docentes” que enseñan a los niños, “con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración”.
E invitó a toda la humanidad a reflexionar en medio de esta crisis sobre la importancia de la fraternidad y de la solidaridad, frente al individualismo y el egoísmo.
Opinó que las personas han avanzado durante años sintiéndose “fuertes y capaces de todo, codiciosos de ganancias”, dormidas “ante guerras e injusticias”, sin escuchar a los pobres y los enfermos, y pensando en que estaban “siempre sanos en un mundo enfermo”.
El pasado 25 de marzo, todos los fieles del mundo fueron convocados por el papa a rezar juntos un “Padre Nuestro”.