Lenín Moreno se inició como un político socialista, fue el vicepresidente leal de Rafael Correa y ahora, en el poder, no solo es su mayor adversario sino que enfrenta a los indígenas por sus acuerdos con el FMI. Y lo hace con el apoyo de la derecha y los militares.
A ojos de sus críticos es un mil caras o un «gran farsante», como lo define Correa, el popular expresidente de izquierda que gobernó entre 2007 y 2017.
O simplemente un pragmático que supo adaptarse a las realidades del poder y, sobre todo, de la economía.
«Cuando llega al poder, después de Correa, se da cuenta de que carece de dos cosas que sí tenía su antecesor: capital político (expresado en respaldo popular) y la situación económica para manejar al país como lo hizo Correa», señala el politólogo Santiago Basabe, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
Lo cierto es que ningún presidente se había atrevido a desmontar los subsidios a los combustibles -prácticamente un tabú en el país- y lidiar con sus consecuencias: la mayor movilización indígena en 12 años en rechazo al alza de los precios del diésel y la gasolina hasta en un 123%.
En Ecuador los indígenas son asociados con cambio abrupto de gobierno. Entre 1997 y 2005, tres mandatarios cayeron por la presión de sus protestas.
Y aun así Moreno adoptó la impopular medida la semana pasada, como parte de un acuerdo con el FMI para recibir millonarios préstamos destinados a aliviar el elevado déficit y la falta de liquidez de la dolarizada economía, castigada por los bajos precios del petróleo.
El costo político se hace sentir en las calles. Quito está semiparalizada por las protestas indígenas, que en ocho días dejan al menos 122 heridos según la Cruz Roja. El gobierno habla de un muerto y 766 detenidos.
Incluso Moreno debió trasladar la sede de gobierno de la capital a Guayaquil, histórico fortín de la derecha.
Y precisamente resiste gracias al apoyo de empresarios y sectores de la derecha, pero sobre todo de los militares, los inesperados aliados de un gobierno que llegó con las banderas de la izquierda radical.
«Ellos están firmes con él», observa Basabe. «El presidente tiene una gran ventaja con los militares, porque su ministro de Defensa (Oswaldo Jarrín) es un militar retirado que ha sido muy cercano a las tres armas y referente de oficiales», agrega.
Lenín Boltaire Moreno García nació hace 66 años en una apartada zona de la Amazonía ecuatoriana. «Sí, con b grande, por un error», aclaró alguna vez el presidente sobre la grafía de su nombre.
«Papá era de ideas socialistas y mamá de ideas liberales. A ellos les gustaba mucho leer; a papá, Lenín; y a mamá, Voltaire». Moreno reivindica su origen de izquierda.
El mandatario llegó al poder ungido por Correa. Fue su vicepresidente entre 2007 y 2013. Entonces se hizo cargo de programas sociales que le valieron reconocimiento, sobre todo por su gestión a favor de los discapacitados.
El propio Moreno se mueve en silla de ruedas por un disparo que recibió durante un asalto cuando compraba pan en 1998. Después de casi cuatro años postrado en una cama, asegura que renació gracias a su buen humor. «Es bueno para la salud; la prueba es que los médicos no lo recetan».
Así, fue que se hizo su fama de hombre sereno y sonriente, diferente de la del temperamental Correa, quien lo eligió como su compañero de gobierno cuando era prácticamente desconocido para la opinión ecuatoriana.
Moreno desistió de acompañarlo en su segundo mandato por quebrantos de salud derivados de su incapacidad. Sin embargo, con el apoyo de Correa, asumió como enviado especial de la ONU para personas con discapacidad.
En 2012 fue nominado para el premio Nobel de la Paz.
Graduado en administración pública y con estudios en medicina y sicología, Moreno regresó al país para asumir las banderas del correísmo. Venció a la derecha por estrecho margen y apenas asumió el poder se distanció de su padrino político y se acercó a sus adversarios.
Bajo su gestión Ecuador dio un espectacular giro internacional: se desvinculó del eje Caracas-La Habana, se hizo de a buenas con Estados Unidos y se retiró de la Unión de Naciones Suramericanas y de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, iniciativas defendidas por Correa.
Un distanciamiento que según analistas le valió el apoyo con el que intenta sobrevivir a su peor crisis.