Por Jesús Michel Narváez
Quizá por el abolengo del apellido: Lazo de la Vega.
Quizá porque es el alfil para lograr la “transformación de cuarta”.
Quizá porque la parca ya le fijó la fecha.
Quizá porque en el nombre lleva el germen.
Quizá porque quiere ser como Errol Flynn y morir con las botas puestas.
Sea como fuere, Porfirio Alejandro Muñoz Ledo Lazo de la Vega arrojó al sepulcro una intentona que habría sepultado su carrera política defendió la democracia que es su divisa.
Lo conozco hace 47 años. Era el secretario de Trabajo en el gobierno de Luis Echeverría Álvarez. Lo acompañe como reportero de El Universal a una gira a Baja California Sur. Su visita obedeció a observar las condiciones de trabajo y de vida de quienes laboraban para la empresa japonesa que tenía la concesión de las salinas de Guerrero Negro.
Tuvimos mucha relación profesional cuando arribó a la dirigencia del PRI en sustitución de su adversario como ideólogo del partido: Jesús Reyes Heroles. En su entonces residencia de San Jerónimo realicé varias entrevistas exclusivas.
Cuando embajador de México en la ONU, charlé con él al ser el primer mexicano en presidir el Consejo de Seguridad.
Una carrera de claros que se tornaron claroscuros. Dejó el PRI, se fue al PRD, emigró al PARM, llegó al PT y es, no lo sé a ciencia cierta, militante de Morena.
Seguramente no olvidó sus cuestionamientos al golpismo. Y rechazó uno: el de la Cámara de Diputados.
No consumó la que la complicidad presidencial, de Mario Delgado, de los morenistas, de los pesistas (de PES no de levantar pesas porque las compran hechas) y de los indecisos querían.
Muñoz Ledo no reinventa a su tocayo: Díaz.
Sé que no le importará lo que yo diga. Para eso se llama PORFIRIO.
NO lamento que en su tumba vaya a haber un epitafio: El saltarín y rechazador de la Dictadura.
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