Por Jesús Michel Narváez
Seguramente yo, como otros 70 millones de mexicanos, estoy equivocado y mi percepción del gobierno de Andrés Manuel López Obrador no es la correcta.
Le platico la razón de mi conclusión… aunque sea pasajera.
El fin de semana acudí a la farmacia de mi barrio y charle brevemente con el dueño. Es nacido en Tierra Caliente, la de Michoacán. Durante años ha sembrado aguacate, guayaba y otras frutas. Tiene su negocio desde hace cuando menos 30 año. Llevo viendo en la misma casa a la que llegué en 1976. A lo largo de los años he trabado no una amistad pero sí una buena relación con mi vecino.
Y ahora que platiqué con él era obligado el tema: cómo va el país.
Le expuse mis puntos de vista y de pronto me detuvo la charla para decime:
“El problema es que llevamos 30 años gobernados por presidentes que no piensan”.
Se tocó la sien derecha con el índice. Se dio tres toquecitos y mirándome fijamente a los ojos me espetó:
“Sí, ellos, los que nos gobernaron no pensaban. López Obrador sí piensa y por eso ha encontrado tantos problemas”.
Me dejó atónito.
¿López Obrador piensa, le trabaja bien el cerebro, sabe lo que está haciendo?
No lo digo yo. Somos muchos los que opinamos que gobierna un reino. Bueno, cree que es el rey. Y que su palabra es divina. No escucha. Apenas si oye. Es rencoroso y lo muestra cada mañana cuando lanza sus acusaciones sin fundamento, aunque tenga otros datos, otras informaciones.
La economía va en picada. La creación de empleos la sigue vertiginosamente. Azuza la división entre los mexicanos con sus adjetivos calificativos. La inseguridad y la violencia no ceden y por el contrario aumentan; falta de medicinas no es un invento de la prensa fifí, es una realidad tabasqueña; l corrupción no ha desaparecido y el neoliberalismo se sostiene pese a sus descalificaciones. Su reforma educativa le regresó el poder a los disidentes que manearán las plazas a su arbitrio. Las inversiones del sector privado nacional y extranjero se alejan. El trato a los migrantes obedece a las órdenes de la Casa Blanca y lo conmovido por la sentencia de El Chapo debió estar dirigido a los familiares que perdieron a otros a manos de la organización que comandó el criminal más grande que ha tenido México.
No sé usted, pro difiero de mi vecino el farmacéutico. Y de verdad, me doy.
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