Conocido como el “Monstruo de Ecatepec“, Juan Carlos Hernández dio a conocer los motivos por los cuales asesinó a Arlet Samanta Olguín, una de las tantas mujeres que asesinó con la ayuda de su esposa, Patricia Martínez Bernal. Quizá su declaración más escalofriante sobre el caso fue el aceptar que “me divertía ver cómo su hermosa cara sufría“.
Durante el juicio en su contra en la sala de los juzgados del penal de Chiconautla, el feminicida decidió dar algunos detalles de cómo y por qué decidió matar a Samanta Olguín. Aunque su testimonio no tenía validez judicial, decidió provocar a los presentes al narrar su versión de los hechos.
Explicó que la pareja se mudó al edificio donde vivía Olguín para elegir su “próximo business”, eligiendo al instante a la mujer como su siguiente víctima. “Ella iba bajando las escaleras y nos miramos a los ojos, tuvimos química, como si ella supiera que yo le iba a quitar la vida”, afirmó.
Añadió que se convenció que mataría a la joven, de 22 años, al enterarse de que los veía como “ñeros y nacos“. Señaló que eso era una ofensa para su pareja, “y cualquiera que ofenda a mi mujer, merece desaparecer“.
Juan Carlos Hernández continuó su relato diciendo que Patricia atrajo a Samanta a su departamento con el pretexto de venderle un pantalón, tras lo cual la apuñalaron hasta matarla.
Sin embargo, comentó también que antes de que muriera “como soy humano la dejé decir sus últimas palabras. Le dije que si algún día caía, sus palabras se iban a saber y me dijo ‘dile a mi madre que cuide a mis hijas y que la quiero mucho’”.
En un tenso momento, la madre de la víctima lo encaró y le dijo “mi hija se fue como una reina y sus hijas están rodeadas de amor, no como tus hijos que sabrá Dios dónde están y qué pasó con ellos”, sin embargo el Monstruo de Ecatepec respondió desafiante: “Tu hija no va a volver”.
Posteriormente, el hombre reveló que comió parte del cuerpo de Samanta y vendió el su cuerpo descuartizado, así como varios de sus huesos, incluyendo el cráneo a un santero, e hizo lo mismo con su teléfono.
“La vida de Samanta valió mil 400 pesos“, concluyó.