Por Jesús Michel Narváez
Desde hace 180 años, en Iztapalapa se realiza la procesión de Semana Santa, específicamente Jueves y Viernes santos.
Pilatos se lavó las manos y el pueblo bueno y sabio decidió crucificar al Hijo de Dios.
Es la versión de El Vaticano.
El mismo cuyos representantes acompañaron a Hernán Cortés en la conquista de México por España.
El tema que el ciudadano presidente abordó para pedirles al Reye Felipe VI y al Papa Francisco se disculpen y soliciten perdón a los pueblos originarios de la antigua Tenochtitlan por la violación de sus derechos humanos por la barbarie cometida por el uso de la espada y la cruz.
México, como país mayormente católico, aceptó la religión ciertamente impuesta desde El Vaticano y apoyada por la aparición de la Virgen de Guadalupe, patrona de nuestro país, al igual que de Filipinas.
Año con año a Iztapalapa acuden cerca de dos millones de personas, un elevado número de turistas extranjeros atraídos por la representación que los “originarios de ahí” realizan con respeto, fe y entrega de los días en los que Jesucristo fue sometido por el imperio romano.
Quienes acuden al evento de cuatro días –Juicio, Calvario y Crucifixión y Resurrección- encuentran que los iztapalapenses reviven casi fielmente los aciagos días de Jesús en Jerusalén.
Es una tradición mexicana que no se borra por decreto.
Seguramente hoy como a las 15:00 horas, se nublará el cielo, soplará el viento y muy probablemente Isidro Labrador abra las llaves y la lluvia se presente.
Una realidad que no reclama a los romanos una disculpa por haber asesinado al Hijo de Dios y por el contrario recuerda que después de la muerte hay vida para quienes creen en el Paraíso Celestial.
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