Por Nidia Marín
La gran ciudad tiene sed. Una vez más, como ocurre desde siempre, la capital del país padece por escasez de agua. Y no hay nada que indique que se efectuarán nuevas obras durante la actual administración para evitar el grave problema. Por ejemplo, tapar las enormes fugas, cambiar la tubería mas antigua y dañada, ya no digamos resolver cuestiones de mayor inversión.
Y todos perdemos, los ciudadanos, el gobierno, los campesinos, los empresarios y demás. Los expertos han insistido que el agua que se utiliza en la Ciudad de México proviene de tres fuentes: 71% de aguas subterráneas, 26.5% de los ríos Lerma y Cutzamala y 2.5% del río Magdalena. Efectivamente, son los mantos acuíferos la principal forma de abastecimiento.
La sobreexplotación de los mismos es lo de hoy, como fue lo de ayer. Gastamos más de lo que se filtra y… no lo resolvemos.
En la revista de Cultura Científica de la Facultad de Ciencias de la UNAM los especialistas advierten desde hace diez años que anualmente el acuífero se recarga con cerca de 700 millones de metros cúbicos, pero son extraídos 1,300 millones, es decir por cada litro de agua de recarga se extrae casi el doble.
En 2015 se advertía que el déficit de agua en la Ciudad era de 10 metros cúbicos por segundo y para el 2025, sería del doble 20 metros cúbicos por segundo.
Mientras, la sobrepoblación crece al ritmo de las construcciones que por miles se levantan de forma anárquica, la deforestación avanza y los hundimientos persisten, mismos que fracturan tuberías y drenaje. Un eterno círculo vicioso pues.
El remate es que aquí todo es disparejo. Anualmente, la ciudad pierde entre 15 y 40 centímetros en Xochimilco y Tláhuac; 40 en el río La Compañía; 30 en Chalco; 30 en el Aeropuerto Internacional; 27 en la estación Pantitlán del Metro; 18 en el Autódromo; entre 10 y 12 en el Zócalo y 5 en Tlatelolco, de acuerdo al Instituto de Geofísica, de la UNAM y la Comisión de Aguas del Estado de México.
Y como en el Centro Histórico no cantan mal las rancheras, ya que se hunde de 5 a 7 centímetros anuales dependiendo de la zona, ¡sólo Dios!
Contaba el arquitecto Jorge Legorreta (que en paz descanse), ex delegado en la demarcación Cuauhtémoc, que el entonces Presidente Zedillo había dado el Grito de Independencia en su tercer año de gobierno “casi tres centímetros debajo de lo acostumbrado”, debido a que en sólo 12 meses el balcón del Palacio Nacional, con todo y la Campana de Dolores, así como la Catedral, con todo y los restos de Agustín de Iturbide, el edificio del antiguo Palacio del Ayuntamiento, con todo y los fantasmas de los virreyes y la gran asta bandera del Zócalo, habían descendido exactamente 2.8 centímetros.
De entonces a la fecha, en 22 años, tan sólo en eso sitios se habrían perdido 22 centímetros. Por lo tanto, seguramente lo mismo le ocurrirá al presidente López Obrador en su primer Grito. Estará casi tres centímetros más abajo de los que había en el último que dio el presidente Peña Nieto.
Vamos pues en picada por la extracción de agua y con una sed inconmensurable por la falta de la misma.
No es ninguna novedad. Eso se sabe desde 1925. Se repitió en la década de los 50’s cuando el hundimiento alcanzó más de 50 centímetros anuales; también posteriormente, entre 1973 y1986, el descenso promedio fue de ocho centímetros cada año. Y continúa sin freno.
En Xochimilco y Míxquic, hay hundimientos hasta de 40 centímetros anuales.
Tal y como escribiera el poeta Homero Aridjis: “Siglos después, las multitudes la conquistaron de nuevo, / subieron a los cerros, bajaron a las barrancas, / entubaron los ríos, talaron árboles, / y la ciudad comenzó a morir de sed.”
Así es, porque como ya he señalado en otras ocasiones, no se ha restaurado el cordón umbilical entre el agua, los árboles, la población y la responsabilidad tanto de gobernantes como de ciudadanos.
Señora Sheinbaum tenemos sed.