ARGENTUM
Todo estaba bien trazado, el camino despejado y una oposición sin resistencias. Los partidos rivales parecían jugar el papel de mudos espectadores, observando el incontenible avance de las corcholatas que rápidas rodaban por todo el territorio nacional. Llevaban muchos kilómetros adelante. No había otra noticia en el medio informativo que lo que a cada momento decían o hacían los escogidos por el jefe de Morena, para que de ellos saliera el candidato o candidata a contender por la presidencia de la República.
El hálito de vida de la oposición parecía débil. Los que integraron el frente, al que calificaron como amplio, la mayoría son políticos que han pasado de un cargo a otro con el cuidado de no salirse del presupuesto. Precisamente los que han confundido a los partidos con franquicias con significativas ganancias.
Ni mandado a hacer el escenario para el morenismo. El único son al que todos bailaban era el de los acordes del máximo líder del partido en el poder.
No fue sino hasta que aparece en el horizonte electoral el factor X.
Sí, equis de Xóchitl.
La reacción de la gente no se hizo esperar. Además de todo lo que se ha dicho de Xóchitl Gálvez, hay que agregar que la hidalguense se convierte en la antítesis del presidente López Obrador. Parte de los mexicanos se identifican con el tabasqueño porque habla un lenguaje que cualquiera entiende. Xóchitl lo habla también solo que más razonado. Y con palabras llanas explica la situación de la refinería Dos Bocas, de sus riesgos si no se cumple con los planes técnicos. Expone con amplitud la situación del Tren Maya, el transístmico; el AIFA y el resto de las obras insignia. No utiliza la crítica denostadora; habla con datos duros. La gente ha visto con agrado el conocimiento que tiene sobre diversos temas nacionales.
Otro de los aspectos de la senadora Gálvez que han despertado confianza en diversos sectores de la sociedad mexicana, son sus expresiones valerosas; su forma directa y frontal para decir las cosas.
La señora ha aprendido el lenguaje de los pobres, porque de ahí surge; el de la clase media, por donde ha transitado; y de los empresarios que, como ella, han incursionado en ese ámbito en base a su esfuerzo.
Evidentemente no es fifí, por su origen, tampoco es conservadora, por su visible vocación hacía los desposeídos. Tampoco se le puede acusar de estar vinculada con la corrupción porque su tránsito por la administración pública ha sido transparente. Nunca se ha vinculado con las élites.
Claro, Xóchitl Gálvez no es una mujer perfecta ni ejemplar, pero en las circunstancias por las que está atravesando el país, su presencia como aspirante presidencial, ha tomado matices de liderazgo real, no propagandístico.
Haber pisado el agreste camino sucesorio con el arrojo que lo está haciendo, ha provocado reacciones de los defensores del actual régimen. En una contienda electoral todo se vale. Lavar los trapos sucios en los lavaderos públicos es parte de nuestras costumbres. Nada está fuera de lugar. Solo hay un detalle que no hay que perder de vista.
En el 2018 fue el entusiasmo de los electores y el deseo de cambiar las cosas, llevó al triunfo a López Obrador.
En el 2024, será el entusiasmo de los electores y el deseo de cambiar las cosas, lo que podría llevar al triunfo a Xóchitl Gálvez.
Hasta aquí todo suena bien. Hay un factor que no hay que perder de vista: el órgano electoral no ha dado muestras de imparcialidad. El gobierno tendrá injerencia en la estructura territorial del INE; tiene todos los recursos que junto con los de los gobernadores morenistas se podrían destinar para comprar favores.
Si el tsunami del cambio fuera incontenible, entonces se estaría hablando del otro factor: el factor Alito. Si no hubiera un plan B para competir exitosamente contra Xóchitl, habría que utilizar el mecanismo adecuado para fracturar la alianza. Y ya saben quién se prestaría a ello. Hay deudas que obligan.