“Cuestión de Honor”

El Cliente no Siempre Tiene la Razón

HORACIO ARMANDO HERNÁNDEZ OROZCO

“Cuestión de Honor” (“A Few Good Men”) película dirigida por Rob Reiner, protagonizada por Tom Cruise (Tte. Daniel Kaffee), Jack Nicholson (Coronel Nathan R. Jessep), Demi Moore (Cap de Corbeta. JoAnne Galloway), Kevin Bacon (Capitán Jack Ross), Kiefer Sutherland (Tte. Jonathan Kendrick), James Marshall (Soldado Louden Downey) y Wolfgang Bodison (Cabo Harold W. Dawson); su estreno fue en 1992.

En la Base de Guantánamo, Cuba, un infante de Marina muere durante la aplicación de un castigo no reglamentario, aunque tradicional en las fuerzas armadas, que los marines designan como “red code” (“código rojo”); los acusados son dos marines: un cabo y un soldado raso; ambos están desconcertados ante su situación, pues han cumplido una orden de su oficial superior y ahora los acusan de conspiración y asesinato.

La cinta no pretende ensalzar y glorificar a la milicia americana como salvadora y redentora del mundo, ni tampoco es un filme antibélico, inclusive no hay ni un solo disparo; la trama gira en torno a un juicio de Corte Marcial por el homicidio involuntario de un infante de marina, el saber si fue en acatamiento o no a una orden de un superior, así como el problema ético de la abogacía, en decidir entre la pretensión del cliente o lo que más le conviene.

¿DEFENDER O ARREGLAR?,

ESE ES EL DILEMA.

El capitán Jack Ross, como fiscal militar, puede solicitar pena de muerte o prisión de por vida; mientras que el teniente Daniel Kaffee, egresado de Harvard, cuenta con un gran talento para negociar en sus casos, pero nula experiencia en tribunales; su labor es defender a ambos soldados, para ello debe decidir qué camino les conviene más: si lograr un acuerdo con el fiscal o luchar en juicio para que la verdad salga a la luz, arriesgando con ello perder el caso, y su invicto récord militar que en apenas nueve meses ha logrado resolver 43 casos, siempre evitando llegar a juicio mediante acuerdos con la fiscalía.

El abogado defensor debe respetar la relación con su cliente, y saber que no puede ni debe identificarse totalmente con su defendido; debe ser frío para decidir si a su cliente le conviene continuar o llegar a un arreglo. Si el abogado se identifica absolutamente con la situación de la parte, será incapaz de pensar y de discernir como abogado.

La deontología jurídica establece dilemas éticos: ¿Conveniencia u honor? ¿Mejor interés o pretensión del cliente? Y para cada caso concreto habrá una respuesta, pero siempre considerando el parecer del cliente, a quien se le debe informar las consecuencias de la aplicación de una u otra postura.

El abogado debe velar por los intereses de su cliente, pero en el cumplimiento de este Deber, el abogado debe respetar la autonomía y dignidad de su cliente; tiene el Compromiso con la defensa de derechos del cliente, Deberes de información al cliente y Deber de observar las instrucciones del cliente.

El defensor siempre debe intentar formular la mejor teoría de caso posible en atención a los elementos de prueba disponibles, para así alcanzar la verdad en el proceso. Existe un deber del abogado de velar por el interés de su cliente, evitando identificarse.

LOS ARREGLOS NO SON

SIEMPRE LO MEJOR

El teniente Kafee logra un arreglo con el fiscal militar, si sus clientes se declaran culpables, la fiscalía presentará cargos de «homicidio involuntario», pena de dos años, cumplimiento efectivo de 6 meses y baja sin honor; en este caso concreto, el abogado defensor requiere la anuencia de los acusados para negociar o rechazar el arreglo, pues ellos tendrán que reconocer su culpabilidad ante el juez militar.

El abogado defensor estima que es un buen arreglo, tan es así que manifiesta a los acusados: “Vamos, ¿qué son 6 meses?, es una temporada de hockey” tratando de convencerlos; pero ellos no entienden por qué son juzgados ni por qué deben declararse culpables, si sólo obedecieron una orden superior, consideran que ese arreglo es anti-militar, como si fuese la actitud de un cobarde, y así lo dice el Cabo Dawson, mirando al defensor: «¿Cómo es posible que alguien tan cobarde pueda vestir uniforme militar?».

Ellos se consideran inocentes y rechazan el arreglo; aquí viene el dilema ético para el abogado: ¿debe atender la pretensión de inocencia alegada por el cliente o buscar y lograr el arreglo que más le conviene?

¿LA VERDAD AUN CONTRA EL

INTERÉS DEL CLIENTE?

La muerte del soldado William T. Santiago no es propiamente porque se haya aplicado un castigo brutal, sino porque estaba seriamente enfermo; los soldados acusados alegan que cumplieron órdenes de su oficial superior; pero esas órdenes no eran matar a alguien, entonces ¿podrá alegarse obediencia debida?

Aparentemente es una causa perdida, por ello resulta más factible lograr un acuerdo con el fiscal militar, pues los riesgos de llevar el caso a juicio son mayores y seguramente habrá una sentencia condenatoria; la estrategia de la defensa es argumentar que dicha conducta se derivó del acatamiento de una orden superior no catalogada en ningún manual de conducta militar, pero que todos conocían de que se trataba de la aplicación de un “código rojo”.

El superior jerárquico de los acusados es el Coronel Nathan R. Jessep, un oficial veterano de Vietnam, condecorado, de impecable foja de servicios y oficiosamente nominado para ser miembro del Consejo Nacional de Seguridad, quien inicialmente niega que exista algo llamado código rojo, lo cual es acorde con la postura del fiscal militar, el cual al interrogar a uno de los testigos le solicita indique en qué parte de un ejemplar de la normatividad militar se encuentra contemplado el “código rojo”, la respuesta es “en ninguna parte”, pero el hábil abogado defensor replica y pregunta al mismo testigo que también le señale en qué parte de dicha normatividad se encuentra el baño, la respuesta también es “en ninguna parte”

La moraleja: hay cosas que todos saben que existen, pero que no se encuentran contemplados en el cuerpo de las normas.

Los soldados declaran haber encontrado en las fuerzas armadas el sentido de sus vidas, en sus códigos de honor y lealtad; no obstante que hay una defensa buscando lograr la pretensión de inocencia de los dos soldados, hay una sentencia condenatoria, no son privadas de su vida ni de su libertad, pero son dados de baja sin honor de estas fuerzas armadas.

Al final el cabo Harold se pregunta ¿Qué hicimos mal? ¿Por qué nos acusan?, y el soldado Downey responde: “Se supone que defendamos a los que no se pueden defender… y este joven marino no se podía defender…”

El abogado obedeció y siguió las instrucciones de sus clientes, que al final de cuentas fueron condenados, pero ¿valía la pena romper ese récord?

La mejor respuesta la tendrá, como siempre, nuestro amable lector…

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