La Verdad no Siempre es Revolucionaria

 

 

*La gente oye lo que quiere oír y ve lo que desea ver. En otras Palabras, 

no es Prudente Decir Toda la Verdad

*Si un ser Humano la Dice Todos los Días, a Todas Horas, en Todos 

sus Círculos la Verdad, Será Marginado.

*Aceptamos a la Política y Necesitamos a los Políticos Porque a 

Todos nos Conviene no Saber la Verdad

 

POR EZEQUIEL ESCOBEDO 

 

Antonio Gramsci (1891-1937) fue un italiano teórico del marxismo y miembro fundador del Partido Comunista Italiano. Entre sus escritos destaca la tesis de que la verdad es siempre revolucionaria. A partir de ahí las izquierdas en el mundo retomaron dicha tesis. Pero pronto se encontraron ante la imposibilidad de decir siempre la verdad debido a que, sobre todo en el mundo de la realpolitik, es imposible esgrimir ante todo y sobre todo la verdad. Por lo anterior sin entrar en pormenorizaciones y definiciones acerca de la verdad política y sus posibles matices, algo queda claro: en política la verdad se yuxtapone con lo objetivo, lo subjetivo, los intereses, el contexto y las circunstancias. Este artículo versa acerca de la política y la verdad. 

 

Lo que sucede es que, en la política, sin importar el tipo de régimen y la ideología de los partidos políticos o el perfil del político, lo que predomina es el arte del engaño, la astucia del zorro y el artificio que deslumbra, pues la sociedad está compuesta por clases sociales con sus propios intereses de clase y por lo mismo, un partido y un político necesitan votos y/o legitimidad. Ergo, dirán y harán lo que sea necesario a fin de lograr la consecución de sus objetivos, pues saben bien que la gente oye lo que quiere oír y ve lo que desea ver. En otras palabras, no es prudente decir toda la verdad.   

 

La realpolitik es buscar el poder, llegar, sostenerse y de ser posible expandirlo.  Lo cual significa, en una democracia, que para llegar al poder se requieren definir una serie de tácticas y estrategias que se comparan contra otras personas o versus otros partidos políticos que también desean el poder. Consecuentemente, es una confrontación de habilidades, uso de recursos y manejo de ideas que incluyen mascaradas, eufemismos y ardides, pues desean convencer al elector de que su sufragio los favorezca.     

 

Verdad y política no son necesariamente antípodas, simplemente son espacios paradójicos de conveniencia y convivencia de intereses individuales y sociales. Más aún, son una dupla que convive bajo condiciones propias del pacto social que, nos guste o no, son necesarias en la vida diaria. De ahí que eufemísticamente todos nosotros, todos los días esgrimimos algún tipo de “mentirillas blancas” u omitimos ciertos temas, ya que así lubricamos pistones de la armonía familiar, laboral y social.  Si un ser humano dice todos los días, a todas horas, en todos sus círculos la verdad, acabará por ser marginado. 

ARMONIZAR LA VERDAD,

EL ANTÍDITO SOCIAL

No es que prefiramos a la mentira sobre la verdad, simplemente la armonizamos como una forma de plebiscito en el cual todos sabemos que en ocasiones callar no es mentir, que en otras circunstancias es mejor ser selectivo en nuestras batallas, pues es mejor tener paz que tener la razón. Más aun, en ciertas circunstancias quien calla no otorga, simplemente sabe que el silencio es, en muchas ocasiones, más sabio que las palabras. 

 

Recuerdo que en mi clase de lógica el maestro nos explicó la paradoja de Epiménides, quien siendo cretense dijo “todos los cretenses son unos mentirosos” con lo cual afirmaba la ficción de las verdades absolutas. Desde entonces y hasta la fecha, la verdad es un tema que entra en el mundo de la axiología, la teología, la filosofía y, por supuesto de la política. 

 

Sin que me autocalifique de cínico, me queda claro que la política es un arte y que el engaño es consubstancial a ella. Sabemos que los políticos son mentirosos, que nos desplegarán un universo maravilloso mientras están en campaña y después aflorará la verdad. No obstante, 

aceptamos a la política y necesitamos a los políticos porque a todos nos conviene. 

 

Desconfiamos plenamente de ellos y, sin embargo, sabiendo acerca de su naturaleza, les damos el beneficio de la duda, tal es el caso de la presidenta Sheinbaum quien nos miente todos los días y aun así muchos creen en ella.  

 

Lo que acontece es que la verdad y la mentira en materia política, independientemente de ideologías, las moldeamos en el relativismo del tiempo, el lugar y las circunstancias. La política explica e incluso en ocasiones justifica decisiones que se toman sin considerar a la verdad, pues lo que importa es el ejercicio del poder. De ahí que una frase del viejo sistema político mexicano, aún vigente, es la que sostiene que en ocasiones “hay que saber engañar con la verdad”. En otras palabras, la omisión, la verdad y la mentira conviven desde hace siglos en el mundo del poder y aunque éticamente nos manifestamos públicamente en favor de la verdad, lo seres humanos mentimos todos los días, sobre todo cuando la relación implica mando y obediencia. De ahí que Gramsci está, a mi saber, en el ideal de lo correcto: la verdad es siempre revolucionaria. Pero eso ideal no significa que lo secundemos.   

 

Las izquierdas, las derechas y los moderados saben que en el siglo XXI una forma de ejercer el poder es sujetarse a las reglas de la transparencia. Todos los políticos mintieron a fin de llegar a ocupar cargos de representación popular, así que en el juego de estirar y aflojar han aceptado la presión social de que, por lo menos, ejerzan los recursos de sus respectivos gobiernos al amparo de lo que se conoce como gobernanza abierta. Léase, es el despliegue y empuje de la participación social mediante una mayor y más robusta colaboración con las autoridades, así como una efectiva participación en la elaboración, ejecución y evaluación de las políticas públicas que fortalezcan la democracia y las contralorías sociales. También implica que las reglas de operación de la transparencia sean con oportunidad, veracidad y actualidad. Más aún, la apertura de los espacios públicos debe enmarcarse en la responsabilidad gubernamental del correcto funcionamiento de la prestación de bienes y servicios; en el acatamiento del daño patrimonial del Estado a ciudadanos; en el respeto y apego al Estado de Derecho y, en la ética pública. Además, los gobiernos no tienen de otra, pues el Derecho a la Información ya es un Derecho Humano y, tal vez, lo más cercano al ideal gramsciano.   

 

No puedo afirmarlo, pero intuyo que Gramsci vería con buenos ojos a la gobernanza abierta y al derecho a la información. Supongo que, a la vez, me reclamaría porque ese gobierno no diría toda la verdad, por ejemplo, en temas de seguridad nacional y, por lo tanto, no sería un gobierno revolucionario. En otras palabras, la verdad como un concepto absoluto tendría que sujetarse a la idea de Edmund Husserl cuando afirmó que la verdad es la suma de las verdades. Lo cual, en política no es posible debido a que los intereses de clase y a los influjos de la globalización lo impiden. 

 

El caso es que, en pleno siglo XXI, las izquierdas latinoamericanas no abrazaron literalmente la bandera gramsciana, pues sabían que se entramparían, pero impulsaron que los gobiernos se sujetaran a la transparencia y la rendición de cuentas. De hecho, fue gracias a un sector de la izquierda mexicana que se logró que en el año 2003 México tuviese una ley de Transparencia. 

 

Empero no todas las izquierdas vieron con buenos ojos que nuestro país tuviese un órgano constitucional autónomo dedicado a la transparencia. Una de esas corrientes es la de Morena, la cual es más proclive a la autocracia. No obstante, si levantó el pendón del italiano con su retórica tríada de “no robar, no traicionar y no mentir”. Los líderes de ese movimiento saben que se trata de un eslogan de campaña, pero lo vende como principio virtuoso de Morena. Lo peor es que hay quien le cree.

 

Claudia Sheinbaum sabe que a ella le corresponde repetir el lema de la tríada morenista mil veces hasta que sea “verdad”. Desde la precampaña ella y su mentor engañaron, solaparon personas de cuestionable honorabilidad, se colaron por recovecos leguleyos y franca y abiertamente nos mintieron. Su gobierno está cimentado en falsedades e ideologías quiméricas; tal es el caso del supuesto éxito democrático de las elecciones en el poder Judicial. En otras palabras, sabemos que para llegar al poder es necesaria la estrategia del engaño, lo que hizo Morena desde el principio fue enmascararse en el nombre de la verdad revolucionaria, pues saben perfectamente y mejor que nadie que la verdad, en política, no siempre es revolucionaria. Aunque de eso se disfracen.  

 

 

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