
Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Karl Marx llegó a calificar la religión, la Iglesia -nunca definió cual o cuales- como “el opio del pueblo”. Probablemente en su tiempo la razón le asistió. En la actualidad la religiosidad puede ser lo que se le quiera endilgar, todos los adjetivos que le vengan a la mente, pero no la droga descrita.
Lo que sí parece el fentanilo, que mata, entorpece y desintegra familias y aumenta la criminalidad y drogadicción, es el futbol.
Es el deporte que se juega en todo el mundo, el que mejor paga a sus astros y estrellas -ahora que hay femenil, también se cuecen habas- y millones de aficionados son capaces de estar frente al televisor o en los estadios para mirar a su equipo favorito derrotar al enemigo. Las grescas futboleras no son de México. Son del mundo. Aquí a lo mejor son tongos para darle “sabor al caldo”.
Viene a cuento lo anterior porque a diferencia de Estados Unidos y Canadá, México tiene la enorme “preocupación” porque la Ciudad de México y Guadalajara luzcan rechinando de limpias, con estadios remodelados para aparecer en la lista de los mejores del mundo; con calles pavimentadas; con energía eléctrica sobrada para evitar cualquier apagón; con restaurantes adornados con las camisetas, fotografías y hasta botines de sus jugadores favoritos.
Los alcaldes de Coyoacán -en la ciudad de México, Geovani Gutiérrez, de Guadalajara Verónica Delgadillo y de Monterrey, Adrián de la Garza, trabajan a marchas forzadas para que en sus municipios haya todo lo que el aficionado pretende encontrar.
Los estadios en donde se jugarán los partidos, usted ya lo sabe, son el Azteca en el que se implantará el récord global de aperturas del Mundial, el Akron y BBVA, con excepción del último, han sido modernizados y para ello se destinaron cientos de millones de pesos.
Tienen razón los organizadores. Hay que mostrar lo que no somos como país. Enseñar que la conquista quedó atrás y que formamos parte del NUEVO MUNDO en el que solo los “GRANDES” juegan.
La mercadotecnia futbolera es de lo mejor. Sabe llegar al aficionado y le dedica todo su tiempo para atraerlo, no solo por los equipos que les tocará observar en el césped, porque también enfoca la calidad y calidez de los habitantes de cada municipio y sus alrededores; promueven los hoteles como parte de un eficiente servicio; publicita los restaurantes y los sitios dignos de ser visitados.
Todos y cada uno tienen lo suyo.
Y para el comercio, la hotelería, los restaurantes, los centros de arte y cultura, un evento de ese tipo les genera reconocimiento y muchos recursos.
Lo cuestionable es, por ejemplo, Coyoacán.
El reelecto alcalde Gutiérrez ya anunció con año y medio de antelación, que la Alcaldía ya está lista para recibir a los miles de aficionados que irán al Azteca. Tener en orden lo superficial, es el modelo a seguir.
Porque el abandono en las calles, avenidas, jardines, iglesias del viejo Coyoacán y que no se ubican en el perímetro contemplado para el Mundial, están olvidadas.
Aprovechando el comentario, lo mismo ocurre en Álvaro Obregón, en donde hay pueblos originarios en cuyas calles sus habitantes -no originarios, pero sí conocedores del valor histórico de los barrios- rechazaron el pavimento para mantener la mayoría empedrada.
El alcalde Javier López -y no se trata de Chabelo que regresó del más allá para mantener su catafixia- ha dejado que San Ángel, sede de viejas casonas y obras de arte, junto con Tlacopac, en donde se ubica el templo de la Purísima Concepción y que fue construida en el Siglo XVI, simplemente se ha olvidado de la zona y tiene las calles con cráteres.
Y no atiende los llamados de los habitantes.
Seguro porque a la Álvaro Obregón no le tocó rebanada del pastel futbolero.
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