Gobernar Desde el Vaticano

 

*Las Ocho Cualidades de Quien se 

Calza las Sandalias del Pescador

 *Flexibilidad en Temas Indiscutibles 

y Dureza Contra los Pedófilos 

*África y Asia Optan por el Catolicismo;

América Latina, por el Abandono

 

POR EZEQUIEL GAYTÁN 

 

Gobernar es conducir o dirigir a un país o a una colectividad política hacia horizontes, en principio, promisorios. Por lo cual exige que el buen gobernante, en una democracia moderna, cumpla requisitos tales como entender las pasiones y la condición humana, sepa de política y administración pública, comprenda de derecho, intelija acerca de economía y, por si fuera poco, conozca la historia de su nación. El perfil de un gobernante en la actualidad debe poseer carisma y capacidad analítica a fin de mantener el liderazgo legítimo y comportarse con prudencia y ecuanimidad debido a los permanentes conflictos e intereses que convergen y divergen en su país y en el mundo.  

 

La expresión buen gobierno lleva además elementos éticos, calidad de vida para la sociedad, respeto a los derechos humanos, seguridad pública y confianza social en el gobierno debido a que su actuación es predecible, ya que las decisiones están apegadas a derecho, prudencia en la toma de decisiones y honestidad en el manejo de los recursos. 

 

Hay distintas formas de gobierno. Los hay democráticos, totalitarios, autocráticos y más. Por lo que para fines de este artículo sólo me detendré en los democráticos. Léase, gobiernos electos por el pueblo y que establecen un pacto social cotidiano mediante el cual la participación ciudadana se desenvuelve en la triada civismo, civilización y cultura. Empero, existen excepciones que aluden a especiales formas de buen gobierno; tal es el caso de la institución político-religiosa del Estado vaticano, las decisiones que toma el Papa y la unidad condensada que significa la organización mundial de la iglesia católica. 

 

El papa no gobierna en el sentido ortodoxo de la palabra. No obstante, quien calza las sandalias del pescador debe cumplir, al menos, con las siguientes ocho cualidades: a) apegarse a la fe y principios expresados por el hombre de Galilea; b) impulsar las misiones de evangelización; c) predicar la paz y el amor mediante la tolerancia religiosa; d) mantener la unidad de la iglesia y de los católicos del mundo; e) equilibrar los juegos de poder internos, ya que la curia vaticana (la burocracia) condensa equipos políticos de sacerdotes conservadores, progresistas, radicales y tolerantes; f) activismo político internacional con mínimos márgenes de maniobrabilidad; g) redireccionar con firmeza y actitud autocrítica las pifias cometidas por algunos sacerdotes y, h) conducirse por los principios cristianos que  generen consensos éticos y morales que legitimen cotidianamente a la iglesia.  

 

Ignoro si ya habrá humo blanco cuando se publique este artículo. Lo que me queda claro es que el perfil de quien gobierne política y místicamente en el Vaticano lo deberá hacer con la autoridad moral que representa la Institución. De ahí que la discrecionalidad y relativismo entran en conflicto. Por un lado, soy de la opinión que debe ser flexible con algunos temas ineludibles tales como el amor entre las personas del mismo sexo e intolerante en otros, como la pedofilia de algunos sacerdotes. En otras palabras, la agenda eclesiástica debe revisarse y buscar acomodo en el siglo XXI.  

 

Vivimos en un planeta de ocho mil millones de habitantes, de los cuales más de la mitad vive en pobreza, con crisis económicas, calentamiento global, escepticismo, postración ante robots y la inteligencia artificial, redes sociales proclives a la posverdad, populismos, extinción de especies, contaminación de los mares y un largo y desesperanzador diagnostico catastrofista. Entramos al segundo cuarto del siglo XXI y la iglesia católica ampara, de acuerdo con el vaticannews a mil 390 millones bautizados y la cifra crece sobre todo en Asia y África, mientras que disminuye en Europa y Oceanía. Por su parte en Latinoamérica apenas se ha incriminado la cifra. Además, cada día disminuye en números absolutos el número de diáconos. 

 

Gobernar el Vaticano y amparar a millones de católicos es una obra titánica. Equilibrar, grosso modo, tendencias de conservadurismo y de modernización sin detener la marcha, es el reto que la iglesia enfrenta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Lo cual significa que ante el cúmulo de responsabilidades que tendrá el nuevo Pontífice destaca como una constante imperativa la de mantener la unidad de católicos en torno a su figura y su dogma de fe. 

 

Desde mi punto de vista las figuras de los papas Juan XXIII, Juan Pablo II y Francisco son luces orientadoras de cómo conducir tersamente una de las instituciones más ortodoxas en un mundo cada día más displicente e indiferente en materia religiosa. El jefe de la iglesia sabe que sus mensajes son interpretados, al menos, en un doble sentido. El primero es claramente religioso y el segundo es eminentemente político, de ahí que el impacto de sus palabras y encíclicas corren siempre el riesgo de ser mal interpretadas dentro y fuera de su grey. Sobre todo, en los momentos actuales donde los populismos, los conflictos bélicos y económico-comerciales, los fundamentalismos de algunos fanáticos y los escepticismos son, en gran medida, los vientos dominantes. Quien sea el nuevo jefe de la iglesia católica gobernará en un sentido diferente al del mundo civil. Ojalá logre una buena conducción.   

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