El Fascismo en el Discurso Político

 

Santiago Gerchunoff. Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo: Para qué no sirve la historia. Editorial Anagrama, Barcelona, 2025. 88 páginas

DAVID MARKLIMO

En el discurso político de hoy, cuando alguna posición de derecha no gusta se suele etiquetar de fascista. La palabra — y, por extensión, el fascismo— se escucha a diestra y siniestra, como insulto, calificativo, admonición, señalamiento o advertencia. De tanto uso, no queda claro qué es fascismo y qué no lo es. ¿Se nos ha ido de las manos el uso del término? ¿Ha perdido significado?

Por ello, es interesante el pequeño ensayo del profesor argentino Santiago Gerchunoff, Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo. Para qué no sirve la historia, donde al autor le interesa más su empleo en un contexto histórico internacional posterior al Holocausto que en el propio presente. O sea, le interesa el término fascista como comodín, del que se ha apropiado el discurso político. 

Ahora bien, esto que sucede no inédito, ya que las palabras fascismo y fascista siempre se han usado mal. Antonio Gramsci, por ejemplo, solía referirse a los socialistas como semifascistas. Lo que es cierto, analizando el discurso político es que existe una distinción entre las palabras fascista y neofascista, una distinción significativa, además. Curiosamente, el término neonazi se usa mucho más que el de nazi, sobre todo en ciertos contextos como el europeo. Pero a día de hoy, decir fascista parece menos insulto que decir nazi. 

La identificación de los movimientos políticos actuales, más apropiadamente descritos como ultraderecha autoritaria o, en el caso de la política estadounidense, conservadores radicales —extrema derecha 2.0, como argumenta el comentarista italiano Steven Forti—, con el fascismo de las décadas de 1920 y 1940, es, en el mejor de los casos, bastante superficial, por no decir engañoso.

Las ultraderechas contemporáneas difieren enormemente del fascismo clásico. Y, sin embargo, cada cierto tiempo se nos dice que el Partido Republicano se está convirtiendo en un partido fascista, o sobre cómo Donald Trump, Tucker Carlson o Ron DeSantis son fascistas.

Quizá sea bueno empezar a poner contexto a esta discusión, definiendo qué es o qué se entiende por fascismo. Ahí las obras de Emilio Gentile ayudan a entenderlo. Hay tres dimensiones para entender el fascismo italiano, según Gentile: la dimensión organizativa, con la apariencia muy novedosa de un partido-milicia, la violencia y el terror de estas milicias (squadrismo) para lograr una regeneración de la nación, con un intento consciente de apelar a las clases medias sobre todo; la dimensión cultural, con su énfasis en el mito de la juventud, la creación de un nuevo hombre y una nueva sociedad, y con una perspectiva antitodo (anticomunismo, antipolítica, antidemocracia parlamentaria); y, finalmente, la dimensión institucional, donde solo había cabida para un partido, lo que requería la simbiosis entre Estado y régimen, la implementación de un estado policial, una organización corporativista de la economía.

El ensayo de Gerchunoff, entonces, nos da una perspectiva: dado que el fascismo fue derrotado, hablamos como descendientes de los victoriosos. Pero también con sentimiento de culpa- Al señalar a alguien como fascista en el mundo contemporáneo, de algún modo intentamos corregir un supuesto error de las verdaderas víctimas del fascismo histórico, que no supieron, no quisieron o no pudieron pararlo en su momento. En cambio, nosotros, como la conocemos, usamos la Historia de una manera profética, como un mapa para orientarnos hacia el futuro, no para comprender el pasado. La denuncia vendría a ser al siguiente: al no tener un mapa del futuro que nos permita saber que, ante determinados signos, va a venir el fascismo; hay que tener cuidado. Y no debemos infravalorar el discurso, porque puede que lo que venga quizá sea mucho peor que el fascismo.

Existen numerosos movimientos autoritarios en el mundo actual y algunos de los desafíos y peligros son considerables, pero claramente y de momento no son fascistas. La discusión es pertinente, dado que insistir en estas analogías, puede no aportar ningún valor analítico a la realidad que nos tocó vivir. 

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