Juanga un gran recuerdo que vive en el corazón de México

Hace aproximadamente ocho años de su muerte, Juan Gabriel llenó el Zócalo capitalino con 70 mil personas, según cifras del Gobierno de la Ciudad de México.

Con la proyección del concierto Mis 40 en Bellas Artes, aquel que tuvo lugar el 31 de agosto de 2013 y que quedó grabado para la posteridad tras su lanzamiento el 6 de mayo de 2014, los seguidores de Juan Gabriel (1950-2016) tuvieron la oportunidad de escuchar y vivir, de nuevo, el talento del compositor michoacano.

La proyección inició a las 19:00 horas, en un domingo nublado, y Alberto Aguilera Valadez, su nombre real, salió a escena, la gente gritó y lo ovacionó como si él no hubiera transcendido.

Sonó entonces Mi pueblito en su voz, tras la obertura de Parácuaro, y los asistentes sacaron sus celulares para grabar el momento, no de su entorno, sino de su ídolo: imágenes que pueden encontrar en plataformas, tiendas o internet, pero que quisieron hacerlas suyas.

Sin darse cuenta, y aunque en su mayoría estuvieron de pie en la Plaza de la Constitución, todos se sintieron parte de las butacas de Bellas Artes, como si hubieran estado ahí hace 11 años.

Y no es que el concierto fuera inédito. De hecho, muchos de quienes se aventuraron a salir y verlo en comunidad, lo experimentaron antes una, dos o más veces, pero lo importante era compartirlo con los suyos, con sus familiares, amigos, la novia o el novio o algún desconocido, siempre y cuando fuera tan fan de Juanga como ellos mismos.

Para Querida, Me nace del corazón, Caray, Esta noche voy a verla, Juntos, Me gustas mucho y Amor de un rato, el Zócalo ya era una fiesta.

Todos respondieron a los movimientos del Divo de Juárez, a sus pasos de baile, sus saludos y sus miradas que traspasaron el tiempo, la pantalla, la vida y la muerte.

Los corazones, el del cantante en aquel momento, y el de las decenas de personas en la plaza, latieron de nuevo al unísono de las canciones que forman parte del repertorio cultural de los mexicanos.

El pasado se hizo presente y el presente, un espacio alegre, vital, de gargantas abiertas para cantar a la primera oportunidad las letras que todos ahí conocían.

No faltó quien bailó en solitario o en pareja o en grupo. Tampoco, quien acompañó la velada con una doradita de frijol con nopales o de aquellos tacos de canasta de 5 por 20 pesos o un trago de agua, refresco o dulce para tragar saliva con La diferencia.

Adultos, sí, pero también jóvenes, de aquellos de cabellos de colores que seguramente escuchan K-pop y corridos tumbados, y niños juguetones se unieron al festejo de esta proyección e igual entonaron las canciones.

El aplauso no se hizo esperar en No discutamos, donde Juanga, a su vez, recordó a Lucha Villa.

Los héroes de la patria luminosos, expuestos en los edificios de alrededor, en pleno septiembre, miraron impávidos la reunión y sus luces parecieron parpadear a cada ritmo.

El olor se combinó, como suele suceder en el Zócalo, y fue del copal al cigarro, a la torta del vecino y la humedad sucia de la calle y al perfume de quienes apostaron por ir con su mejor ser a su encuentro con Juanga.

Pasaron Con todo y mi tristeza, Rondinella, María José y Del olvido al no me acuerdo, en la que la frase “se me olvidó que yo no sé olvidar” cobró un intenso significado.

Juan Gabriel pasó el micrófono a su gente y todos lo ayudaron, en la grabación y fuera de ella, con ese final de “se olvidó otra vez… que sólo yo te quise”, que dejó con la piel chinita a todos.

La Sinfónica Internacional dio un solo al saxofón para abrir Insensible y quienes llegaron más temprano y trajeron sus sillas o su cobijita tipo picnic, se levantaron a bailar o por lo menos subieron los brazos para Tus ojos mexicanos lindos.

Un niño en hombros de su padre lanzó grandes burbujas de jabón, mientras bajo él las voces se unían en Siempre en mi mente.

Los minutos se fueron como agua entre las manos y cada espectador saboreó todo instante balanceándose como un tranquilo mar. Al mirarse entre sí, hubo sonrisas y gestos amables.

Nada de empujones ni personas amontonadas. Cada quien en su lugar, con las luces prendidas de sus teléfonos y sus paraguas en la mano, como instrumento coreográfico, para Luna, mientras desde los edificios aledaños se asomaron huéspedes, comensales y trabajadores para He venido a pedirte perdón.

Hasta el vendedor ambulante de los dulces y las papitas y chicharrones de dudosa procedencia se olvidaron un minuto de lanzar su consigna en Abrázame muy fuerte.

“¡Ay, muchachos, no se componen!”, dijo Juanga.

La canción pareció convocar a una ligera brisa, como si el cielo llorara la ausencia del cantante y a su vez celebrara la presencia de los asistentes. La gente, entonces, se abrazó.

Las botanas de pistaches, gomitas, cacahuates y anexos, con bolsitas de diez pesos, volvieron a levantarse en todo lo alto con Vienes o voy.

Así recibió a Isabel Pantoja en la pantalla y la amenaza de tormenta correspondió a las heridas abiertas que cicatrizaron al escuchar y cantar esta canción.

Los paraguas comenzaron a abrirse, pero las nubes dieron tregua para terminar Déjame vivir en seco. Con ¿Por qué me haces llorar? los vendedores de impermeables de plástico recorrieron el espacio para hacer bizne.

Los paraguas bailaron con la música de Juanga. Y cómo no, si venía El Noa-Noa en el que el llamado fue para que “jamás se sientan solos, jamás se sientan tristes que hemos venido todos a ser felices”.

Con impermeable o un poco mojados todos se movieron en sus lugares y los abuelos tomaron de la mano a sus nietos y las parejas unieron las suyas para sacarle brillo al Zócalo y volverle a aplaudir a Juan Gabriel antes de decirle adiós, o más bien, un “hasta pronto” después de las 21:00 horas.

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