Humillación e Indignación

 

 

*Viola el Estado de Derecho, Queda Manifiesta su 

Intolerancia y Proclividad al Autoritarismo

 

*El 18 de Marzo Buscará Minimizar la Marcha del

F26 y de Humillar a Miles de Asistentes

 

*Indigna su Evidente Incapacidad de Gobernar;  

Solo él Conduce el Destino del País

 

EZEQUIEL GAYTÁN 

 

La humillación se refiere a actos públicos o privados que denigran física y/o emocionalmente al ser humano por sus ideas, cultura, dignidad, sexo, origen étnico o religión. La humillación pública busca denigrar la dignidad de las personas desde el poder. Léase, es una postura de abuso político debido que intenta deshonrar y trata de demostrar que las personas que piensan diferente no valen debido a que desde el punto de vista del acusador (con o sin pruebas) hace ver a los otros como gente irresponsable, sin seriedad y por lo mismo no merece el respeto de nadie. Por eso algunas organizaciones defensoras de los derechos humanos consideran a la humillación pública como una violación a los mismos. En otras palabras, condenan a un gobierno cuando recurre a la tortura psicológica mediante sus discursos y estigmatizaciones a los grupos y personas disidentes. 

 

La humillación pública es un tema que requiere profundizarse, pues queda claro que cuando una autoridad se burla y hace mofa de sus gobernados y ofende la fama, el honor o la dignidad de grupos sociales se aleja de la democracia y se aproxima al despotismo y al fascismo. Que quede claro: el artículo seis de la Constitución establece que “La manifestación de ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho a la réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley”. En otras palabras, los manifestantes tienen límites. Consecuentemente, en ese mismo espíritu de la ley, un gobierno también tiene límites y tampoco puede opinar o menospreciar públicamente a quienes piensan diferente al partido político gobernante. De ser el caso, además de que viola el Estado de Derecho, queda manifiesta su intolerancia y proclividad al autoritarismo.

 

Es claro que las expresiones del presidente López Obrador acerca de la manifestación popular del domingo 26 de febrero son agresiones que, desde mi punto de vista se extralimitan, pero no caen – en efecto – en la inquisición jurídica y administrativa a la que alude la Constitución. No obstante, el discurso presidencial es francamente agresivo y con intenciones políticas de humillar y ridiculizar a los manifestantes. No lo logró. Empero, con su arenga socarrona, logró que la prensa afín su gobierno hiciese un débil eco entre sus simpatizantes. 

 

De todas maneras, va a intentar y probablemente logrará llenar la plancha del zócalo el próximo 18 de marzo, aniversario de la expropiación petrolera, con al menos dos diferentes fines; el primero y plausible es conmemorar la decisión del presidente Cárdenas y exaltar el nacionalismo revolucionario y el segundo es minimizar y de ser posible humillar a la manifestación en defensa de nuestra incipiente democracia. 

Una vez más se aprecia que tenemos un primer mandatario respondón, contestatario y que le gusta comportarse como activista y maestro del acarreo mediante el movimiento de masas. De ahí nace la indignación. Léase, no es molesto que intente humillar a los manifestantes del 26 de febrero, lo que indigna es el reduccionismo de la política a un juego de vencidas en el que reniega de la construcción del dialogo político, rechaza cualquier crítica y unidimensionalmente intenta imponer un solo punto de vista, el suyo.

 

Los intentos gubernamentales de humillar a quienes pensamos diferente quedarán en grotescas provocaciones. Se nos tilda, sin pruebas, de conservadores, corruptos y de que deseamos la perpetuidad de la marginación de millones de mexicanos. Argumentos absurdos y débiles que por inverosímiles se derrumban. Lo humillante es el desvío de la atención ante los graves problemas nacionales y que no atiende el presidente. Él es quien decide acerca de la conducción política, administrativa y económica del país y ha provocado que se incremente el número absoluto y relativo de pobres en el país. Él es quien no ha sorteado las expectativas de calidad en la salud y la educación. Él es quien no puede ordenar y controlar el aparato burocrático y de ahí la percepción del incremento de la corrupción. Él es quien conduce la errática política exterior mexicana. Él es quien se apropia discursivamente del éxito por el incremento de las remesas. Eso es lo indignante, su evidente incapacidad de gobernar. Se equivocan quienes piensan que nos indigna su menosprecio a la marcha y que cuantitativamente será superada, lo que indigna, además de lo anterior, es su menosprecio a la democracia, la inclusión, la pluralidad y la tolerancia.

 

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