Ad maiorem Dei gloriam

RAÚL MONDRAGÓN vom BERTRAB

“Para la mayor gloria de Dios.”

San Ignacio de Loyola


En palabras del exsecretario de Economía y actual diputado, Ildefonso Guajardo, el domingo 27 de marzo pasado “se despidió un gran mexicano, sacerdote jesuita, maestro de muchas generaciones, funcionario público y gran amigo. Hermann von Bertrab, primer jefe de la oficina de negociaciones del TLCAN en Washington.”

El diputado también agradeció a von Bertrab sus enseñanzas, pues fue su subalterno en dicha oficina mexicana en Washington, cuando las negociaciones de un tratado no se hacían sobre las rodillas, en desventaja numérica y desayunando cacahuates.

 

Tuve la fortuna de ser su sobrino y de entablar una amistad nutrida en largas comidas y cortos tequilas -era también un sibarita-, fines de semana inolvidables y cenas familiares que disfrutaba a conciencia, porque tenía un genuino interés en todo y en todos, la definición del hombre renacentista. 

 

Recuerdo muchas anécdotas compartidas y un sentido del humor casi británico, pero una de la que fui directo testigo me parece muy ilustrativa. En la primavera de 2009, lo invité como orador a un desayuno-conferencia organizado con la Cámara Mexicano-Alemana de Comercio e Industria por Deutsche Bank, donde el suscrito estaba a cargo de la promoción fiduciaria. El tema era “Back to Basics y Reflexiones hacia la Recuperación”, después de la crisis financiera global que se había desatado por el colapso de la llamada burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos. En un principio se había mostrado renuente pues decía no estar actualizado. Tenía 80 años. Lo convencí de lo relevante de su experiencia para una audiencia que buscaba revisar un pasado que brindara guía y certezas. Y como todo lo que hacía al decidirse, se lanzó de lleno a preparar su ponencia. 


Inició su ponencia con la sugerencia previa de no extenderse más allá de las 9:30 de la mañana. “Después del desayuno -nos habían dicho- la gente suele batirse en retirada”- Conocedor del tema, del poder de su oratoria y siempre didáctico, el doctor se extendió hasta después de las 10:30 a.m., hora en la que nadie se había movido de su silla. Ese era Hermann von Bertrab, que en paz descanse, instruido originalmente como jesuita que fue y cuyo sermón dominical, me diría uno de sus feligreses de aquella época regiomontana, “lo hacía a uno sentir que levitaba”.

 

De su labor como cabildero en jefe del TLC destaca haber obtenido el espaldarazo definitorio para cimentarlo, pero el detalle es poco conocido. Primero, advirtió al gobierno mexicano del inminente ascenso de un joven político estadounidense del partido demócrata: Bill Clinton. Dado que la línea oficial era no trabajar con la entonces oposición norteamericana, se le confió establecer el diálogo unipersonal con el equipo de Clinton. Después, tuvo la idea de organizar un debate con Ross Perot, opositor al tratado, quien impedía a muchos entusiastas del mismo definirse del todo. Cuando Al Gore se propuso para la tarea, von Bertrab llevó un pequeño archivo documental a la casa de Gore, donde armó al vicepresidente con las evidentes contradicciones de Perot, inversionista en México, exhibido en televisión nacional el 10 de noviembre de 1993, con Larry King como pasivo moderador.


Acusado de sedicioso por el obispo de Nuevo León por fotografías donde daba la comunión a estudiantes rebeldes, el entonces sacerdote le llevó a aquel grabaciones de sus sermones (¡circa 1971!), retándolo a encontrar las pruebas de su dicho. Esto no sentó bien y la Orden le ofreció el mundo entero para proseguir su ministerio, con excepción de Monterrey. Congruente, colgó los hábitos.

 

Alumnus del Massachusetts Institute of Technology (MIT), dirigió el Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericana entre 1972 y 1975, para la que obtuvo la aprobación ante la Secretaría de Educación Pública (SEP) del primer plan de estudios de la Licenciatura en Economía.

 

Casado por segundas nupcias con Ibone Belausteguigoitia, clavadista olímpica mexicana quien participó en las Olimpiadas de Londres 1948, demostró que junto a todo gran hombre hay una gran mujer. Viajeros del mundo y de la vida, cruzaron juntos el umbral entre dos milenios.

 

Hoy le rindo póstumo homenaje con estas líneas al amigo familiar, esgrimista del intelecto, curiosidad siempre en guardia y fiel creyente del potencial de México, del que fue histórico testigo.

 

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