Rememorando a un Presidente que Respetaba a los Periodistas

Tema Principal

*“Como Está Joven Hippie”, era el Saludo Para Jesús Michel

*Cinco Autobuses Para Periodistas de Prensa Escrita, Radio y TV en Giras

*Ayer LEA se Convirtió en el Mandatario más Longevo de Este País

*Cinco Centros Turísticos Puso en Marcha en su Mandato

*Cantaba el Gallo y él se Levantaba a las 6.00 Horas, los Demás También

*Hoy Está Casi Solo, Acompañado de sus Hijos y con Algunas Visitas

Por Jesús Michel Narváez

Por razones profesionales viví de cerca las actividades del entones presidente Luis Echeverría. Antes, de esa oportunidad de conocerlo, fue propuesto candidato a la Presidencia de la República el 8 de noviembre de 1969. Se convirtió en el primer candidato del sector campesino liderado por el hoy decano de los diputados federales, Augusto Gómez Villanueva.

Yo trabajaba para El Universal como reportero suplente. Por razones de salud o de vacaciones, cubría la fuente presidencial cuyo titular lo era Jorge Coca, un periodista de alrededor de 50 años. Yo frisaba los 23. Durante el tiempo de trabajar en ese rotativo, tuve la oportunidad de acompañarlo a decenas de giras en el interior del país y dos o tres al extranjero. Hombre de mirada dura, fija, sin gesticulaciones, era, sin embargo, afable con los reporteros. Siempre dispuesto a responder, aunque su jefe de prensa, Mauro Jiménez Lazcano, pedía no entrevistarlo de manera inesperada.

Poco después, trabajé para El Sol de México bajo la dirección de Benjamín Wong. Y como en el pasado, el titular de la fuente presidencial, Oliverio Duque, dejó de asistir a las giras, me fue encomendada la misión. Tiempos en los que el trato con el Presidente era amable. Su saludo para mí era: “como está, joven hippie”. El joven de entonces, yo, usaba el cabello largo, pero a diferencia de los amantes de las flores y la marihuana, yo sí me bañaba todos los días, aunque no hiciera falta.

De Echeverría se han contado todas las historias. Poco se puede escribir de su persona excepto que es el presidente más longevo de este país. Ayer, 17 de enero, cumplió el siglo. Sí, 100 años de vida. De una vida azarosa en la que lo mismo viajó al extranjero como ningún antecesor, que semana a semana estaba en algún rincón de la Patria.

Recorría el país a bordo del avión presidencial que lo conducía de la Ciudad de México al aeropuerto de la población a la que llegaría. Después, el recorrido era en los autobuses. Largas horas rodando sobre las carreteras federales -había pocas autopistas-, brechas, caminos de terracería. Y no temía ensuciar los zapatos. Con largas zancadas devoraba los metros hasta convertirlos en kilómetros. Escuchaba a los pobres. Siempre solicitaba, comedidamente, apoyo, ayuda, recursos. El jefe de su escolta personal, a quien conocimos todos como “El Junior”, un hombre alto, fuerte, de unos 35 años, siempre cargaba un maletín de metal… siempre con carretadas de dinero que el presidente ordenaba se entregara a quien decidía.

Fue el mandatario que se acercó a la gente. La escuchó, sobre todo a aquellas que durante sus vidas solamente conocieron la marginación. Optaba por rodearse de campesinos. La influencia de Gómez Villanueva para que los atendiera, era manifiesta.

DESPIERTO POR 19 HORAS DIARIAS

A diferencia de otros mandatarios mexicanos, Echeverría mantenía un ritmo de trabajo público, impresionante.

En la Hondonada de Los Pinos se realizaban reuniones que duraban 20 horas y era el único que no se levantaba de su lugar ni para ir al baño.

Aunque algunas de esas reuniones las cubrí, jamás comprobé que Echeverría durmiera con los ojos abiertos. Algunos compañeros me aseguraban que sí lo hacía y por eso “aguanta tanto tiempo sentado”.

Se levantaba temprano. A las 6 de la mañana. E iniciaba sus recorridos por la zona elegida para ese fin de semana. Y todos los periodistas hacíamos lo mismo. Había que aprovechar que el agua caliente no se agotaba. Y a desayunar. Nada de pedir a la carta. Lo que hubiera. Porque el que no se ponía vivo se quedaba sin el alimento principal para mantener abierta la mente y no dormir la siesta.

El general Jesús Castañeda Gutiérrez, jefe del Estado Mayor Presidencial, al que llamábamos Mandrake -aquel personaje de tiras cómicas de los años 40 que lucía un peinado impecable, de cabello alisado y cuya virtud era hacer magia- tenía la virtud de respetar a los periodistas.

Allanaba el camino para estar en lugares adecuados a fin de no “perder la nota”. Permitía el ingreso de quienes portábamos el gafete -pegado o en placa metálica- y sabía el nombre de todos nosotros, sobre todo de los titulares de “la fuente” quienes ya estaban inventariados en la Presidencia de la República. Algunos tenían tres sexenios cubriendo las informaciones del Primer Mandatario.

Todos nos acostumbramos a las largas jornadas. Hubo ocasiones que a bordo de los cinco autobuses (el 1.- para el Presidente y sus invitados especiales, a veces secretarios de Estado; el 2.- para los fotógrafos y camarógrafos; el 3 para los reporteros del “primer mundo”, el 4.- para reporteros del “segundo mundo”, el 5.- para los “bulbos”, los primeros reporteros radiofónicos) pasábamos más de 12 horas.

En las salas de prensa, todos éramos iguales, todos amigos y conocidos. Lo mismo ocurría en los desayunos, las comidas, las cenas y a la hora de beber. Las aguas de sabores solamente se daban durante la estancia presidencial. Los reporteros teníamos libertad de decir salud con whisky, tequila, ron, vodka o ginebra… por supuesto, cervezas frías.

En las giras descubrimos, todos, la gastronomía mexicana. Una de las más ricas y variadas del mundo. Comíamos lo mismo que el presidente. No nos marginaba. Y no faltaba el saludo: “¡Cómo le va!”, acostumbraba a saludarnos. Y de vez en cuando, la palmadita en la espalda, en el hombro.

Durante las giras no faltaba la música. Lo mismo de los jaraneros veracruzanos que las bandas de aire en Oaxaca o el chirrido del violín en las Huastecas.

A diferencia de los otros presidentes: Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, que siempre vestían de traje -era la época de los cruzados- generalmente de colores oscuros, Echeverría impuso una moda que prevalece hasta le fecha: el uso de la guayabera. Los trajes se almacenaron y solo se usaban durante la estancia en la capital del país.

DESARROLLÓ LAS ZONAS DE TURISMO

Por aquellos tiempos solamente Acapulco era considerado “la Joya” del turismo internacional y nacional. El destino de playa más socorrido.

A Echeverría lo motivaba descubrir nuevos sitios para desarrollar centros turísticos. El ejemplo más claro del éxito lo representa Cancún. Más no se limitó al mar Caribe. Siguió y puso las primeras piedras para Huatulco, la Riviera Nayarita, la Zona de San Blas, Los Cabos. Hoy todos los sitios iniciados en su mandato, son referentes en el mundo.

Su visión sobre ofrecer novedosas zonas turísticas, sobre todo las playeras, permitió a México convertirse en un verdadero atractivo para nacionales y extranjeros. Por ello decretó la creación de la Secretaría de Turismo y encomendó a Julio Hirschfeld Almada, la titularidad como primer responsable de la dependencia.

LA PIEDRA QUE LO HIZO SANGRAR

Controvertido político de su tiempo, pretendió que la juventud borrara de su mente la actuación de la Noche de Tlatelolco. Echeverría se acercó a los jóvenes y trataba de tenerlos cerca. Su intención de ingresar a la UNAM fue sacudida con la piedra que le arrojaron y dio en la cabeza. Sangraba. Los elementos el Estado Mayor Presidencial lo cubrieron y rescataron de lo que pudo haber sido una tragedia.

Quizás él lo pidió o el rector Guillermo Soberón lo convenció, de asistir a la apertura de cursos el 14 de marzo de 1975. Nadie ha explicado la razón para estar en la UNAM luego de que, en 1968, primero, y en 1971 después, se le atribuyó haber ordenado el uso del ejército y los halcones.

Los estudiantes no lo querían. Lo responsabilizaban de las muertes, las desapariciones y los encarcelamientos. Aquella mañana, miles de jóvenes se dieron cita en la sede de la UNAM no para aplaudir sino para mostrar su desencanto por la presencia de un presidente.

La escasa participación de elementos del Estado Mayor Presidencial, y la numerosa asistencia de irritados jóvenes, marcaron el hito: el Presidente fue apedreado.

DE LAS GIRAS AL OSTRACISMO

Activo al máximo, el último día de su gobierno viajó a Tlaxcala para colocar la primera piedra de lo que sería más tarde la Universidad del Estado.

Durante su mandato recibió a decenas de Jefes de Estado y queda muy clara la presencia de Josip Broz Tito, entonces presidente de Yugoslavia.

Estábamos de gira por Sinaloa y de ahí viajamos a Veracruz para tomar el vuelo a Cancún.

En la Casa Esmeralda se hospedaba ya el dirigente comunista. Hubo reuniones a puerta cerrada y otras públicas.

Largo etcétera de visitas.

Al concluir su mandato intentó influir en el gobierno de José López Portillo, su amigo de andanzas y viajero frecuente, y vino el rompimiento que lo llevó a ser embajador en las Islas Fiji.

Después de eso, Echeverría desapareció del escenario político. Y únicamente se presentaron las diversas acusaciones en su contra. Permaneció en su casa.

Al cumplir 100 años, está solo.

Algunos de sus cercanos, lo visitan. Cuentan que está lúcido. Prácticamente ya no camina. Utiliza una silla de ruedas. De aquel personaje de espaldas anchas, largos pasos, atlético, no queda nada. Los años cobran. Sin embargo, llegó al siglo de vida y, como el escoces, se mantiene tan campante.

Recordar haber cubierto parte de sus actividades, llevan a concluir que supo ganarse a los reporteros y nos brindó un trato más que amable.

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