(No) Soy un Neoyorquino

Por Raúl Mondragón von Bertrab

 “Hace doscientos años el mayor alarde era decir -Civis romanus sum (Soy ciudadano romano). Hoy, en el mundo libre, el mayor alarde es decir -Ich bin ein Berliner (Soy un berlinés).”   
John F. Kennedy, Berlín, Alemania Occidental, 26 de junio de 1963.

En noviembre de 1989, veintiséis años después del histórico discurso de JFK en Alemania Occidental, pronunciado en plena Guerra Fría, hace ya hace casi seis décadas, cayó para siempre el Muro de Berlín. La apertura fronteriza entre Austria y Hungría en mayo de ese año fue crucial, pues motivó las manifestaciones en Alexanderplatz cuya presión llevó a la República Democrática Alemana (RDA) a permitir el paso hacia el oeste, oficialmente desde ese 9 de noviembre, día en que miles de personas se concentraron en los puntos de control, haciéndolo imposible y produciendo un éxodo masivo que puso fin a una división territorial y de familias que duró 28 años.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue dividida entre los aliados y Berlín fue repartida en cuatro sectores de ocupación: soviético, estadounidense, francés e inglés. Derivado de las crecientes diferencias entre los aliados capitalistas y la comunista Unión Soviética, los tres sectores occidentales (estadounidense, francés y británico) conformaron la República Federal Alemana (RFA) y el sector oriental (soviético) se convirtió en la RDA.

El Muro fue construido por iniciativa de Nikita Jruschov, quien consideraba a Berlín los “testículos de Occidente” y veía con recelo la fuga de talentos que buscaban mejores oportunidades que las ofrecidas por el comunismo. La noche del 12 de agosto de 1961 fue erigido un muro provisional y se cerraron 69 puntos de control, dejando abiertos sólo 12. Berlín quedó dividida y se crearon 81 puntos de paso entre las dos zonas de la ciudad. A la mañana siguiente, se había colocado una alambrada provisional de 155 kilómetros que separaba las dos partes de Berlín. Los medios de transporte se vieron interrumpidos y nadie podía cruzar ya de un lado al otro.

Una fosa alambrada, una carretera militar y múltiples sistemas de alarma, armamento automático, torres vigías y patrullas caninas 24/7, eran conocidos como la “franja de la muerte”, la cual no disuadió, sin embargo, a más de 5,000 personas que trataron de cruzarla desde el oriente hacia el occidente, del comunismo hacia el capitalismo.

Después de una penosa reunión con Jruschov en Viena unos meses antes, donde éste lo trató de novato, Kennedy tomó la sorpresiva ofensa con filosofía y pasividad, afirmando que un muro era mejor que una guerra. Los alemanes consideraron la reacción del presidente estadounidense muy tibia y le guardaron recelo, lo cual JFK supo corregir y concluyó con su viaje a Berlín en junio de 1963 y el afamado discurso de un estadista con visión estratégica y capacidad de rectificación.

Volemos en el tiempo y el espacio de la Berlín de 1963 a la Nueva York de 2021. El presidente de México presidía la semana pasada la sesión del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, para ponerse como ejemplo ante el mundo, para pontificar sobre las rutas de la plenitud social, para condenar la inmoralidad de la era moderna, la corrupción, la desigualdad y el egoísmo, para proponer un plan improvisado de fraternidad y bienestar mundial con cargo a las fortunas personales y corporativas del orbe.

Como bien apuntó Jesús Silva-Herzog Márquez, se desaprovecha la visita a la capital del mundo al limitarse a un foro a modo, a un discurso sin lugar a debate -aunque los representantes de Rusia y de China, nada menos, le reprocharon forma y fondo-, al no concertarse reunión alguna con autoridades norteamericanas, ni con medios, ni foros de reflexión y liderazgo públicos.

Se trata pues de un soliloquio cuyo eco será ahogado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en paralelo en Glasgow, Escocia, donde los líderes del mundo están reunidos a más de 5,000 kilómetros de Nueva York.

Parafraseando a Lloyd Bentsen, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos y candidato a vicepresidente en 1988, en el debate vicepresidencial con el malogrado Dan Quayle: –Presidente, usted no es ningún Jack Kennedy.

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