Por Jesús Michel Narváez
«Vanidad, definitivamente, mi pecado favorito», refiere Al Pacino en la cinta El Abogado del Diablo.
El endiosamiento, en el que vivió cuando fue poderoso, lo llevó a cometer errores propios de un novato.
La altivez que demostró durante su corta carrera política, en un cargo de importancia, es conocida y reconocida hasta por jueces y ministerios públicos.
La soberbia en su actuar cotidiano es parte de su vida personal y pública.
Las ínfulas con las que se mantuvo como si fuera el elegido de los dioses, son manifiestas.
La pedantería, aquella que lo hacía mirar por encima del hombro a todos aquellos que no estaban a su altura, nadie la puede negar… ni si madre.
La suficiencia para la maldad, está presente.
Emilio Lozoya cometió todos los pecados habidos y por haber en sus tres años de director de Petróleos Mexicanos y supuso, equivocadamente, que el futuro sería el placer de disfrutar la vida sin temor a nada.
Para eso tenía ya una fortuna que, ni sus bisnietos, podrían agotar.
Conoció el mundo… de lujos.
Se codeaba con la “sociedad” -debería llamarse suciedad- que aplaudía su forma de vestir, de hablar, de caminar, de catar los buenos vinos y de disfrutar el caviar.
Nunca dudó que, sabiendo lo que sabía, abandonaría la zona de confort para convertirse en “uno más de la chusma”.
No estaba en su radar caer… tan bajo.
Nunca previó que el largo brazo de la justicia lo alcanzara.
Aconsejado por adoradores de su persona, recibía el mensaje: los alcanza a los pende…
Y tú, no lo eres. Tú eres una mente brillante. Tú sabes hacer las cosas.
Su endiosamiento lo elevó a las alturas inesperadas… no requirió de una nave espacial… solo dejó volar su imaginación.
En su inmensa soberbia supuso que podría sustituir a Cronos y manejar el tiempo a su antojo. Lo hizo durante 17 meses y, de pronto, el reloj se detuvo, lo golpeó suavemente, revisó la pila. Desperado, comenzó a agitarlo con mayor fuerza hasta que lo arrojo acompañando la frase “eres una mier…”.
Nada pudo hacer para que el segundero marcara el paso.
Y supo, contra su voluntad, que la hora le había llegado.
Y lo alcanzó en el Reclusorio Norte, en donde duerme desde ano y “está tranquilo”, según su abogado defensor.
Ganó batallas y perdió la Guerra.
Emilio Lozoya se convirtió en el 7 mil 258, de los internos en el Reclusorio Norte.
Tendrá de compañeros a Javier Duarte de Ochoa y a Jorge Luis Lavalle Urbina…
Ahora el “chivato” ¿de qué hablará?
Se lo decía en la entrega del lunes: no le asienta el horario de inverno y tampoco le gusta el cuarto movimiento de las Cuatro Estaciones Vivaldi.
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