Lluvia, Viento y se va la luz

Punto de Vista

Por Jesús Michel Narváez

Desde las alturas que inician en Tlapexco y, terminan en Indios Verdes. Por supuesto hacia abajo no hay árboles, nieve, merenderos o gente esquiando. Sí y no hay duda, techos de casas construidas con lo que se pudo, inclinadas calles, donde existen.

Desde ahí, desde los “altos del nororiente de la Ciudad de México, viajar en la Línea 1 del Cablebus, no deja de ser una experiencia… amarga en ocasiones.

Si llueve y vaya que Isidro Labrador abrió las llaves de la tubería celestial a todo lo que daban, se suspende el servicio. (Lo mismo pasa con el Metro, aunque sea subterráneo).

Si Eolo está irritado y sopla mostrando que tiene los mejores pulmones del universo a pesar de fumar, las góndolas le entran al baile y casi llevan el ritmo del perreo.

Y si hay algún sismo con tintes de terremoto, como en las peleas de gallos, se escucha el grito: cierren las puertas…

Para colmo en los tres eventos, la energía eléctrica, la que suministra la Comisión Federal de Electricidad, deja de fluir y sin más tiempo siquiera para abrocharse el pantalón, los usuarios se quedan literalmente “colgados” y no de brocha. No son pintores.

¡De los cables!

Sin demeritar el servicio que, supongo porque no soy viajero frecuente ni infrecuente, les sirve a miles de habitantes que no fueron favorecidos por la 4t, perdón antes no existía, hay problemas que presuntamente tuvieron que analizarse en el proyecto ejecutivo. Claro, para no parecerse al ejecutado en a línea 12 del Metro, que ha quedado demostrado “se hizo a la carrera y sobre las rodillas”.

Resulta si no inexplicable sí poco explicable que no se hayan considerado las tormentas, los torrenciales aguaceros, la furia de los vientos y el mal servicio en el suministro de energía eléctrica.

Porque van cinco ocasiones en que el Cablebus suspende su servicio. Por las diversas razones antes expuestas.

En una de las suspensiones, las cabinas del “convoy” -¿ o cómo se llama?- que pueden transportar hasta 10 personas por cabina -en época de epidemia solamente 6-, decenas de usuarios se quedaron en las alturas, y no de miras, porque la luz se fue.

El Cablebus, queda demostrado, no es como el servicio postal estadounidense, porque el de aquí no suele imitarlo, en el que: llueva, nieva o haga sol -del quemante, no para asolearse y broncearse-, el correo llega porque llega.

Aquí al Cablebus lo paraliza el viento, la lluvia, los relámpagos de agosto, como los detallaba Jorge Ibargüengoitia -sino de todo el año- y el servicio recibe la orden de un burócrata cómodamente sentado en mullida silla y con la mirada de águila fija en los monitores. El mensaje es claro y sin interferencia: ¡detengan máquinas! (Como si fuera un submarino, un buque de guerra o en última instancia un ferrocarril que trabaja con carbón, como el que le gusta utiliza al señor Bartlett).

Si las suspensiones en el servicio continúan por falta de previsión en el diseño, en poco ayudará a la jefa de gobierno en sus aspiraciones, negadas por supuesto, para el 2024.

Como diría el clásico: Pregúntenles a los usuarios.

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