La Reproducción del Arte

Walter Benjamin,
La obra de arte en
la época de su
reproductibilidad técnica,
Editorial Itaca,
México, 2004.
127 páginas.

Por David Marklimo

Cuando cada semana surgen varias novedades editoriales, casi todas ellas de nuevo origen o cuño. Rara vez ocurre que se encuentra como novedad una obra que suponíamos perdida. Es el caso del texto de Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica que sirve de base a la presente traducción parecía irremediablemente perdido hasta que fue redescubierto en los años ochenta y se publicó en español gracias al trabajo de la editorial Itaca.

Si bien se trata de un ensayo sobre el arte, pocas veces se expone de manera tan radical la profunda actitud revolucionaria que caracterizó a la modernidad; esa época que va desde fines del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX (para entender un poco el contexto, hablamos de la época anterior a la Primera Guerra Mundial, el conflicto y la pandemia de la gripe española y el ascenso de Hitler como canciller de Alemania). El arte moderno intentó cambiar el mundo, cambiar la forma de entender la vida con un mensaje utópico que, formulado en los términos de Walter Benjamín, adquiere una actualidad insospechada justo ahora que nos enfrentamos a otra pandemia. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica es un texto influyente como pocos y de capital importancia para la estética, el arte y las humanidades, principalmente por qué responde a una pregunta capital en nuestra sociedad: qué valor tiene una obra de arte.

Benjamin nos dice, primero que nada, que el Arte tiene “Aura”, entendido ésta como la singularidad, la experiencia de lo irrepetible. No había un consumo tan desmedido del arte en esa época, pero ya se veía el problema de la repetición. Benjamin defiende que las variadas y perfeccionadas técnicas de reproductibilidad amenazan con extinguir la propia singularidad de la obra. Esta idea, mucho más elaborada, se tendría que revisar en la actualidad, pero su intuición no andaría desencaminada si pensamos, por ejemplo, en la famosa fotografía de Korda de Ernesto Guevara. Ese caso nos podría servir en varios sentidos. En primer lugar, la reproducción técnica destruye dicha “originalidad” ya que sólo es posible calibrar el valor ritual de un objeto a partir de su valor exhibido. Al existir múltiples reproducciones, se pierde la originalidad y, en consecuencia, el arte se vuelve un objeto cuyo valor no se puede establecer con respecto a su funcionamiento. En segundo lugar, la pérdida del aura trae consigo en un nivel estético con una tendencia social que desvaloriza la obra en general. ¿Es válido ver esa fotografía del Che Guevara en la portada de un disco producido por una gran multinacional de la música?  Así, la incapacidad de percibir la singularidad encuentra su homólogo en la importancia de las abstracciones.

Entonces, viene la gran pregunta, ¿qué se hace entonces frente a la pérdida del aura? Frente a la reproductibilidad el arte y la eliminación de su fundamento hay dos reacciones:

  1. La teoría de la teología del arte, que trata de restituir la organicidad perdida sólo dentro del arte (arte utopista cuya utopía es el arte mismo).
  2. La teoría del arte puro, tratando de negar la conexión del arte con otra cosa que no sea él mismo. Es decir, no hay inteligibilidad posible.

El cambio de percepción no atañe sólo a los objetos de arte, sino que se refleja en ellos en tanto que es una característica propia de la sociología. Semejante idea, por cierto, tiene ramificaciones en lo que entendemos por el rol (social, cultural y político) del arte, así como en la recepción que se tiene del mismo. Y quizá no tengamos mejor ejemplo de ello que el cine. Para Benjamin, que escribió en la época del cine mudo y el gran Chaplin, es el perfecto representante de la forma de percepción de la sociedad moderna. De manera análoga a la pérdida de singularidad de un actor, se produce la conversión del espectador en experto. El modo de percepción propio del cine, la disipación, es el que responde a los requerimientos de la modernidad. Mientras que el arte anterior al cine requería un recogimiento y una contemplación, el cine requiere un grado de dispersión propio de la masa social. Benjamin nos hace notar que gracias al cine todos se sienten con derecho a opinar y encuentran los medios para hacerlo más allá de si el artista tenía tal o cual intención.

Y es quizá ahí donde vislumbramos la actualidad radical del pensamiento de Benjamin. La demanda de una técnica que no destruya, la exigencia urgente del arte, la necesidad individual de emancipación social, la emergencia de un sujeto consciente de su lugar en el proceso de producción, el compromiso de un trabajo intelectual asuma el cambio, son todas ellas cuestiones que interpelan -rabiosamente- nuestra actualidad.

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