El Machismo Literario

Cómo acabar con
la escritura de las
mujeres,
Joanna Russ.
Editorial Dos Bigotes,
Madrid, 2018.
264 páginas

Por David Marklimo

¿Qué tienen en común Currer Bell, Ellis Bell, Acton Bell, Colette, George Sand, E. L. James y J.K. Rowling? Todas eran mujeres que tuvieron que, ya sea usar un pseudónimo como las primeras -en realidad hablamos de las famosas hermans Bronte-, o usar sus iniciales como las dos últimas para lograr publicar su libro. Estas escritoras sufrieron, bajo la excusa del marketing, el hecho de ser mujeres. “Ese libro se vendería mejor si fuese escrito por un varón”, parece que les dijeron. Tenemos, entonces, un caso enorme de machismo patriarcal, como si fuese inconcebible que una mujer pudiese parir a Heathcliff, a Christian Grey o a Harry Potter.

Estudiar el machismo en la literatura es posible y seguramente da para una enciclopedia. Pero hacerlo desde la denuncia es lo que le da ese valor de libro comprometido. Joanna Russ acierta de pleno al enumerar las artimañas utilizadas en todas las épocas para impedir que las mujeres publiquen. ¿Ya nos va quedando claro que, en realidad, el título de este libro, Cómo acabar con la escritura de las mujeres, es una perfecta ironía? Estamos ante un texto que analiza cómo la Historia ha pretendido erradicar a las mujeres escritoras. Se nos exponen estrategias sutiles, y no tan sutiles, que la sociedad usa para ignorar, condenar o menospreciar a las mujeres que producen literatura.

Las estrategias utilizadas irían desde prohibiciones informales, negación de la autoría de una obra, ningunearla el valor de la obra, utilizar un doble rasero para valorar el contenido dependiendo del sexo de su autor/a, negar que pertenece a una tradición literaria juzgándola como una anomalía, atribuirla a un rasgo negativo del carácter de su autora (solterona -como le llegaron a decir nada más y nada menos que a Jane Austen-, hipersensible, masculina -el improperio usado contra George Sand-, poco honesta, mojigata y una larga adenda de adjetivos). Aunque ni siquiera había que recurrir a esto, pues las mujeres escribían poco por pobreza, por escasa formación, por falta de tiempo… Las pocas que se atrevían a veces acababan cediendo la autoría al marido -como el caso de Collette- o escribiendo con seudónimo. Con todo en contra, no es de extrañar que muchas abandonasen casi antes de empezar.

Publicada originalmente en 1983 y traducida al español recién en 2018 por dos editoriales independientes, esta obra ha motivado a generaciones de lectores con su poderosa crítica feminista. No dudaríamos en decir que el libro es ya es un clásico de la teoría feminista. A pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, las circunstancias que se describen no han cambiado tanto como nos gusta pensar. El libro parte de la premisa de que la prohibición explícita quedó obsoleta en el manual de la misoginia y, por tanto, los recursos para evitar que las mujeres alcancen ciertas cotas de reconocimiento dentro del canon literario han tenido que volverse más sofisticadas. Ahora bien, el ensayo está fundamentado con bastante sagacidad e ironía, tal como se puede deducir desde el mismo título. Se examinan las fuerzas que sistemáticamente impiden un amplio reconocimiento del trabajo creativo de las mujeres. Pongamos un par de ejemplos: por qué en el panorama literario contemporáneo es más importante el fútbol que la moda, por qué históricamente el cuarto de estar es irrelevante y el campo de batalla prioritario. En la literatura, la masculinidad (esa imagen de macho alfa, pelo en pecho y ami el batallón) es “normativa” y la feminidad algo “anormal” o “especial”. El resultado de todo esto es lo que sostiene acertadamente Russ: tenemos un modo de entender la literatura que puede llegar a ignorar las vidas privadas de la mitad de la raza humana no está “incompleta”; está distorsionada de la cabeza a los pies.

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