De País de Instituciones a País de Caudillos

*Cuando se Descalifica sin Pruebas y se Pide Obediencia Ciega

*Además, se Asfixia al Federalismo y se Eliminan Instituciones Autónomas

*¡Cuidado! si hay Desprecio por Movimientos Sociales, Como el Feminista

*Y la Transformación que Ofrecen Tiene que ver con el Sistema Político

Por Ezequiel Gaytán

Plutarco Elías Calles, en su cuarto y último informe de gobierno, el 1 de septiembre de 1928, manifestó en su mensaje a la nación que ante la muerte del general Álvaro Obregón convocaba a la unidad nacional y propuso “que la falta de caudillos va a permitirnos pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre, a la nación de instituciones y leyes”. Es cierto que el sonorense no fue un ejemplo de lo que dijo, pues se convirtió en el jefe Máximo de la nación. Pero con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), paradójicamente, sentó las bases de lo que en el siglo XX conocimos como el presidencialismo, que a su vez fue la piedra angular que sentó las bases del sistema político y, bajo el principio de la no reelección, México fue creando instituciones y el pacto social se fue consolidando en torno a ellas.

Tal vez muchos lectores no estén de acuerdo con mi tesis, pero en las encuestas de confianza es común leer que la sociedad descansa en nuestras instituciones públicas de educación superior, que critica los procedimientos de atención médica, pero deposita su confianza en el personal médico del IMSS, del ISSSTE y del DIF, que apoya las labores de nuestras fuerzas armadas, se queja de los apagones, más en lo general, tiene certidumbre en el funcionamiento de la Comisión Federal de Electricidad.

Claro que tampoco confía en las corporaciones policiacas y en la procuración de justicia, lo cual significa que aún nos falta por avanzar en la materia.

Ya somos un país de leyes, pero no hemos acabado de transitar a un Estado de Derecho, léase, en donde los servidores públicos sean los primeros en acatar las disposiciones jurídicas y administrativas. Prácticamente más del 90 por ciento de la población ya sabe leer y escribir y la electrificación nacional cubre poco más del 95 por ciento del territorio. En efecto, hemos avanzado institucionalmente desde aquel año de 1928 y algo muy importante, tuvimos un proceso pacífico de alternancia política, que entre sus ventajas fue el fortalecimiento pluripartidista del poder legislativo y regular al presidencialismo con el propósito de acotarlo y ser un país presidencial.

Ahora se nos propone transformar a México y estoy de acuerdo que debemos combatir la corrupción, terminar con la impunidad y evitar los extremos de opulencia y pobreza. De ahí que mi conclusión es que debemos focalizar el trabajo en apoyar a las instituciones que ya funcionan bien, mejorar aquellas que presentan fallas y reformar las que aún son un lastre. Sin embargo, lo que se nos ha ofrecido es una abstracta transformación que por lo que se aprecia, tiene que ver con el sistema político y no con el andamiaje institucional dentro de una Administración pública orientada a resultados. Lo cual, en pocas palabras se ha traducido en el regreso al presidencialismo omnímodo, todo poderoso, centralista y con atisbos de caudillismo.

Cuando son cuestionados medios de comunicación e intelectuales, cuando se argumenta descalificando sin presentar pruebas, cuando se habla de otras cifras sin mostrarlas, cuando se pide obediencia ciega a un proyecto, cuando los miembros del gabinete solo hablan como anexos en torno a las conferencias del presidente, cuando se asfixia al federalismo, cuando se propone eliminar instituciones autónomas debido a su independencia de gestión o cuando se desprecian movimientos sociales, como el feminista, porque no apoya la causa gubernamental, son señales que nos deben alertar de que estamos regresando al caudillismo.

La figura del caudillo es dual, por un lado, podemos encontrar al dictador español Francisco Franco y, por el otro, al Caudillo del Sur, Emiliano Zapata. Por supuesto que también podemos encontrar a ese tipo de figura política grotesca en los dictadores de la literatura latinoamericana de Roa Bastos, García Márquez, Asturias, Vargas Llosa o Carpentier. De ahí que la acepción de caudillo que aludo es la de un personaje temerario, con ambición de poder, con deseos de centralizar la toma de decisiones, con aspiraciones glorículas y, en muchos sentidos, pertinaz.

Los populismos de izquierda y de derecha son proclives a modelar a sus líderes bajo la idea del caudillismo, lo cual acaba por crear un equipo de colaboradores abyectos y serviles que a todo dicen que sí, lo que se manifiesta en el ego del caudillo hasta que llega a pensar que es indispensable.

Por eso prefiero seguir por el camino de la transición democrática y el fortalecimiento institucional que nos lleve a un sistema presidencial y me manifiesto contrario a regresar al presidencialismo caudillista que personificaron Obregón y Calles.

 

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