Sobre las Desapariciones

La cresta de Ilión,
Cristina Rivera Garza.
Ed. Tránsito.
Madrid, 2020.
180 páginas

Por David Marklimo

Habría que empezar por el inicio, por la imagen que abre esta preciosa novela. Una noche de tormenta, alguien llama a la puerta de una casa enclavada en un agreste y solitario páramo frente al mar. Su dueño, un médico dedicado a paliar el dolor de los enfermos terminales, que trabaja en un hospital municipal de Ciudad del Sur llamado Granja del Buen Descanso, abre la puerta sin sospechar que, cuando deje entrar a aquella joven desconocida que aguarda en el umbral, su vida va a transformarse de modo irreversible. La joven, que dice llamarse Amparo Dávila -pero que según se verá más adelante no es la verdadera Amparo Dávila y habrá que distinguir, entonces, entre La Impostora y La Verdadera-, se instala en la casa. Además, poco después hace su aparición una segunda mujer, una antigua amante del protagonista a la que dan por nombre La Traicionada, a la que éste abandonó tiempo atrás. Entre ellas se crea entonces una complicidad misteriosa, e incluso un idioma compartido que bien a bien no se puede descifrar.

¿Qué extraños vínculos unen a ambas mujeres? ¿Qué episodio del pasado atormenta al médico, cada vez más aislado y menos consciente de la realidad que le rodea?

Ya está, nos han atrapado en lo que parece ser un relato fantástico o de suspense, pero nada más lejos de la verdad: cuesta mucho describir este libro, clasificarlo y dar pistas de él.

Quizá podamos explicarlo a partir de los conceptos que se presentan en él. Particularmente, este es un libro sobre las desapariciones. En Ciudad Sur parece haber una ola masiva de desapariciones, todas ellas de mujeres (como en casi todo México, cabría decir): Amparo Dávila La Impostora dice estar desaparecida, como también lo está, de otro modo, La Verdadera, y también La Traicionada… el narrador asocia las desapariciones con el contacto físico -algo muy interesante en estos tiempos de pandemia-. También, podríamos decir que están desaparecidos, los pacientes del hospital donde trabaja el narrador. Dicho esto, se abren las preguntas sobre lo que es desaparecer. ¿Es un acto ambiguo? ¿Tiene más de una definición? ¿Es semejante a la perdida? ¿Está relacionado con los cuerpos o con el territorio? ¿Es violento?

Aunado a la figura de los desaparecidos tenemos la frontera que separa lo humano de lo no humano, lo vegetal, lo animal, lo masculino de lo femenino, la cordura de la locura, el deseo del miedo y, por supuesto, la vida de la muerte. Pero vemos esa frontera no está clara: hay un rechazo a los tópicos con los que estructuramos el mundo y el conocimiento, y que llevan a la expulsión o a la desaparición de los “restos”, aquellos que no encajan en estos esquemas, los que no entran dentro de las probabilidades. Esto recuerda aquello que dijo Javier Marías, cuando logramos habitar la “zona fantasma”, los engaños que padecemos o descubrimos no lograrían sorprendernos. La vida -la novela, en este caso- consiste en gran medida en una sucesión de ellos, deberíamos estar acostumbrados y no sentirlos como asombro, decepción, alegría o disgusto insuperables. Pero, cómo no sorprenderse de los desahuciados, de las mujeres rotas, de los que enfrentan su pasado sin miedo, de la tragicomedia en que se ha convertido este país nuestro.

Ahora bien, este es un libro revisitado: la autora lo publicó por allá del 2004 y ahora lo ha retomado con motivo de la nueva editorial feminista que se ha gestado en Madrid, Tránsitos. La puesta al día no le ha quitado un ápice de su vigencia y su cualidad. Explora, con precisión de bisturí, la identidad, nuestros miedos más hondos y el poder crucial del lenguaje. Se nos recuerda, al fin, cómo la violencia impacta, cuestiona los límites de lo real y los marcadores del género. El resultado es una deslumbrante reflexión sobre la identidad, la violencia, el cuerpo y el lenguaje en el México que nos ha tocado vivir.

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