El Presidente y el INE

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

Cuando alrededor de las 22 horas, de aquel julio del 2000, el presidente Zedillo declaró en la televisión que el candidato Vicente Fox había ganado la jornada electoral, por ese hecho se convirtió en garante de que el presidente de los Estados Unidos Mexicanos reconocía y aceptaba el triunfo de un opositor. Zedillo se adelantó a una multiplicidad de individuos del priismo y de la vieja guardia, que habrían realizado todas las maniobras posibles para evitar que el PAN llegara a la presidencia. Para que don Ernesto se animara a tomar tal decisión, contó muchísimo la diferencia de votos entre el candidato ganador y los segundo y tercer lugares materializados en Francisco Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas. El entonces IFE “de los tiempos dorados” cuyos consejeros se les percibía como ciudadanos y un tanto neutrales, la tuvo muy difícil para amansar los viejos afanes totalizadores y la tuvo muy fácil porque el triunfo de don Vicente fue inobjetable. Su gobierno fue otra cosa y reprodujo los vicios del priismo más añejo, dichas características se reflejaron y se reprodujeron en el IFE de Luis Carlos Ugalde que organizó la elección del 2006 donde Felipe Calderón ganó por una mínima diferencia; el candidato del PRD, López Obrador impugnó los números y el triunfo panista. Durante el calderonato fueron secuestradas por el gobierno las boletas electorales y luego se quemaron, materializándose otro episodio mexicano de fraude electoral como lo padecieron desde el siglo XIX Vicente Guerrero, González Ortega, Porfirio Díaz (1876), Madero, José Vasconcelos, el general Andrew Almazán y el ya mencionado ingeniero Cárdenas, pero en 1988.

Comenzando con el propio PAN y durante los doce años de gobiernos panistas, los partidos políticos se convirtieron en entidades que recibieron cantidades millonarias de presupuesto. Algunos partiditos que pronto desaparecieron fueron empresas privadas de vividores de las arcas públicas y es de todos sabido, porque se ha subrayado y criticado muchas veces, que el viejo IFE, luego INE, y sus hermanitos en cada uno de los estados de la federación transitaron de la morigeración republicana a la opulencia faraónica, que siempre implica actos de corrupción. No hay otra lectura, amén de la realidad que en el tema de los institutos electorales estatales son casi feudos del gobernador en turno de la entidad. En los últimos dieciocho años el INE cambió su fisonomía porque sus consejeros abiertamente fueron impuestos por los partidos políticos para que defendieran sus prebendas; mismo proceder hasta el día de hoy cuando como aplanadoras se unieron todos los consejeros para oponerse a la pretendida reducción sustancial que quería el presidente López Obrador respecto a los presupuestos que cada partido recibe de la federación y el adelgazamiento del Instituto. Pero volvamos a la historia de las elecciones presidenciales.

Calderón desgastó al PAN, Josefina era una mala candidata y los intereses más poderosos de la república diseñaron e impulsaron la figura y el matrimonio de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera. La elección del 2012 resultó en una derrota muy señalada contra los afanes de López Obrador, pero en la adversidad y durante todo el sexenio peñista, recorrió varias veces la república haciendo campaña. Pero, y ello es importante recalcarlo, a semejanza del año 2000 con Zedillo, en la noche del 4 de julio de 2018, el presidente Peña Nieto anunció por los medios de comunicación que la tendencia del voto a nivel federal le otorgaba una clara ventaja al López Obrador; de esta forma el titular del Ejecutivo, que no es el INE, que no es árbitro electoral, que constitucionalmente no tiene semejantes facultades en los procesos electorales se convirtió en la figura moral/política que reconoció al candidato ganador. La justa electoral del 2018 le dio un triunfo indiscutible, respaldado por millones de votos a un candidato que no representaba el continuismo de azules y tricolores. Además del hartazgo con el pasado inmediato que la ciudadanía vislumbró, el triunfo de AMLO se debió a que el apapachado José Antonio Meade se candidateó como priista vergonzante y a muchos no se les olvidó que también fue tránsfuga del panismo. Candidato ciudadano para nada. De Ricardo Anaya esperamos que el tiempo lo haya hecho madurar y que ya no siga pareciendo predicador de secta protestante, como les sucede a muchos panistas que apuntan sus verdades con dedo flamígero.

Yo quiero pensar que para el 2024, si los países no han entrado a algo verdaderamente pavoroso resultado de la pandemia del Covid, el presidente López Obrador sea garante y reconozca el triunfo del candidato ganador de la justa electoral, sea cual fuese su tendencia y color político. Más allá de lo que quiera y declare el presidente respecto al INE, éste que claramente es anti 4T, y parcial en su Consejo porque responde a todos los partidos políticos allí representados, el Instituto, y ello ha sido señalado por los especialistas, debe reformarse, debe morigerarse y debe recuperar altura moral. Tan solo un ejemplo: el dudoso, por decir lo menos, papel jugado por el INE en todo el proceso desaseado de la elección a gobernador en el Estado de México. Dado el nivel de enfrentamiento que se percibe hoy en el 2020 lo mejor para la república, igual que en el pasado, es que el triunfo del 2024 sea tan contundente como en los pasados 2000 y 2012; en las elecciones intermedias de 2021 MORENA perderá muchos votos como sucede en las elecciones intermedias a todos los gobiernos en funciones, llámese EEUU, España, Inglaterra o Chile. Pero todo lo anterior descrito quedará en la formalidad de los procesos electorales si dentro de poco más de cuatro años no se pusieron las bases para una reforma totalizadora que mejore la vida diaria de los mexicanos; hoy a nivel mundial una hondísima recesión campea por el mundo y la pandemia, que no sabemos cómo se comportará a futuro, obliga a estrategias de corto plazo.

 

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