La Comunidad Científica

*No son Sociedades Secretas o Sectas del Oscurantismo

*Ni Crean Reflejos Condicionados Para Asesinar Masas

*La Camarilla Política que Rodeaba a Porfirio Díaz

*Erro, González Camarena, Molina o Sarukhán ¿Olvidados?

Por Ezequiel Gaytán

La comunidad científica es un ente amorfo, heterogéneo, complejo y desorganizado en muchos sentidos, pues de entrada existen ciencias experimentales y ciencias sociales. De esa división encontramos, dentro del primer grupo, a manera de ejemplo, a odontólogos, médicos, veterinarios, químicos, biólogos, matemáticos, físicos, ingenieros que a su vez se especializan en campos como la microbiología, fisiología, porcinos, astronomía, etc. La otra rama es la de los científicos sociales, tales como economistas, sociólogos, politólogos y antropólogos. Que a su vez también tienen especialidades como familia, pobreza y administración pública, por decir algunas.

Se le llama comunidad porque tienen tres comunes denominadores. El primero es la aplicación del método científico: hipótesis, análisis, síntesis, tesis y antítesis. El segundo es el acatamiento a la ética y el tercero es su reconocimiento a la importancia de las humanidades como expresión fundamental, sustentada en la filosofía de la ciencia y orientada hacia el sentido de la vida.

La comunidad científica está en todo el mundo y ha creado lenguajes especializados a fin de comunicarse y enriquecer el conocimiento en provecho de la humanidad.   Cabe aclarar que, de ninguna manera son lenguajes encriptados y reservados como si se tratase de sociedades secretas o sectas del oscurantismo. En otras palabras, es una comunidad ocupada y preocupada por la naturaleza, la humanidad y el futuro.

El uso y destino que se hace de los avances científicos y tecnológicos extralimita, en gran número de ocasiones, a dicha comunidad y, es cierto, encontramos ejemplos en la historia en los cuales algunos políticos utilizan a la ciencia para fines destructivos. Pero que quede claro, no es la generalidad ni de políticos, ni de científicos.

Es imposible, en el mundo entero, que la comunidad científica realice su trabajo si no es con el apoyo de los gobiernos o de grandes empresas, pues son trabajos que por la exigencia y rigor que demanda el método científico, requiere tiempo, dinero y esfuerzo.

Los científicos tienen ética porque no experimentan con seres humanos, ni crean reflejos condicionados a fin de asesinar a las masas; eso lo hacen los terroristas y los fanáticos políticos y religiosos. Aún más, la ciencia no es burguesa, proletaria o neoliberal.

Esa idea de calificar a la ciencia es una creación del Stalin y sus seguidores a fin de encubrir las torpezas políticas. En efecto, aún existen stalinistas.

Es cierto que, en México, a fines del siglo XIX y principios del XX, existió un grupo de políticos y algunos educadores que, en el espíritu de la moda positivista, el pueblo les llamó “Los científicos”, como una ironía a su insensibilidad social, pero era la camarilla política que rodeaba a Porfirio Díaz. Que quede claro, no se trataba de la Comunidad Científica.

Todo lo anterior se articula debido a que el actual gobierno ha decidido asfixiar presupuestalmente a instituciones tales como el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) o al Centro de Investigación y Estudios Avanzados del IPN (Cinvestav), pues a decir del Primer Mandatario, lo hace debido a que la comunidad científica y los centros de investigación científica se asemejan al clan porfirista. Pero esa apreciación subjetiva es realmente un prejuicio y pretexto en contra del desarrollo científico y humanístico de país.

Que tristeza que en los muros del Palacio de San Lázaro no estén nombres como Luis Enrique Erro, Guillermo González Camarena, Mario Molina o José Sarukhán Kermez. Eso nos habla de que en México esas paredes ignoran los aportes de científicos mexicanos. Pareciera que los actos bélicos son los únicos que importan. Recuerdo que fue hasta este siglo que la UNAM y el IPN lograron que el Congreso pusiera esos nombres con letras de oro en dichos muros, pero no fue por una iniciativa de los diputados, sino debido a la iniciativa de las autoridades educativas de esas grandes instituciones. En otras palabras, la ignorancia de la historia por una gran parte de nuestra clase política y sus prejuicios, acaban por confundir a “los científicos” con la Comunidad Científica.

Ser admirador de Francisco I. Madero y reconocerle su convocatoria a la revolución en contra de Díaz y “los científicos” es plausible, pero querer revivir ese pasado como un acto transformador no significa levantarse en contra de la Comunidad Científica.

 

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