Escapando del Reino Hermético

Un río en la oscuridad,
Masaji Ishikawa
Editorial Capitán Swing, 2020
Por David Marklimo

En 1960, la Cruz Roja Internacional establece un programa que permitía que los trabajadores esclavos, que Japón se había llevado durante la Segunda Guerra Mundial, regresaran a su hogar, en la República Popular Democrática de Corea, que popularmente llamamos Norcorea. Se estima que, entre 1959 y 1984, un total de 93.340 residentes coreanos de Japón, sus cónyuges y descendientes japoneses se mudaron a Corea del Norte, entre ellos la familia de Masajji Ishikawa, cuyo padre fue esclavo y al finalizar la guerra se casó con una japonesa. La Sociedad de la Cruz Roja Japonesa calcula que unas mil ochocientas esposas japonesas se fueron allí con sus esposos coreanos. ¿El resultado? Un relato colectivo lleno de dolor. La vida en lo que se promocionaba como un paraíso en la tierra no era nada parecido a ningún paraíso, tal cual lo cuenta Masaji Ishikawa en sus memorias, Un río en la oscuridad.

El relato es un mosaico lleno de hambre, desarraigo y de identidad. También es una denuncia sobre un sistema cruel en el que sus dirigentes se comportan como en una monarquía ya no absoluta sino teocrática: todo depende de la voluntad del Gran Líder. De igual forma, su lenguaje parco y seco, como si se estuviese leyendo un acta en el Ministerio Público, hacen de este libro un inspirador y valioso testimonio de la dignidad y la naturaleza indomable del espíritu humano. Unas perlas nada más: Masaji se alegra de irse de Japón, porque allí era segregado en Japón por tener un padre coreano, descubre que al llegar al Norte, será tratado como un “bastardo japonés”. Con el pasar del tiempo, su madre morirá víctima de la pobreza y la discriminación en 1973, seguida de su padre once años después. Su hermana menor y sus dos sobrinos murieron de hambre en la Gran Hambruna que asoló el país, poco después de la huida de Misaji. Hay pasajes que, al leerlos, parecerían surrealistas. Para vencer al hambre, en Norcorea, es común tomar una tortita de pino -si, el árbol- (mucha gente hacía mal el procedimiento y moría envenenada, entre tremendos dolores): “hierves la corteza para eliminar las toxinas; luego se añade harina de maíz y se cuece el funesto brebaje; finalmente se deja enfriar, se le da forma de pastelito y se come”. ¿Cuál es el sentido de una vida que solo consiste en el dolor?, cabría preguntarse. Tal como Masaji lo describe: es una vida ‘no viva’. Esa parece ser su maldición y su peregrinar.

Con ese panorama, no es extraño que Masaji deseara escapar y regresar al Japón. No es fácil salir del Reino Hermético, como definió Rafael Poch a Corea del Norte. Masaji tuvo que vencer una de las redes de control más férrea, encaminarse hacia la frontera con China, en medio de la oscuridad, el miedo, el frío y el hambre. Visualizó el río Yalu, la frontera, y no se lo pensó. No es la primera obra que denuncia lo que ocurre en el Norcorea (ahí están las novelas Infiltrada, El Huérfano, que ganó el Pullitzer o La Acusación) pero si la más parca y la más escalofriante. No hay final feliz, no puede haberlo: un mundo violento, lleno de discriminación, destruidas todas las ideas y esperanzas por el miedo y por el peso del imperio de la fuerza.

Queda, por supuesto, el hecho de que el libro se edita en español cuando no se sabe exactamente qué ha pasado con  Kim Jong-un, nieto de Kim Il Sung y líder del país. ¿Cuánto sabemos realmente sobre el país más misterioso del mundo? Nada. Solo estos relatos como el de Masaji arrojan algo de luz, como esas nubes que hacen un hueco para que pasen los rayos del sol.

 

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