“Hija de Revolucionarios”, de Laurence Debray. Anagrama, 2018. Barcelona, 286 págs.
Por David Marklimo
Todo está bien documentado: en 1967, Régis Debray alcanzó notoriedad mundial tras ser capturado durante la aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia. Era un hombre clave de la revolución cubana, cercano al Che pero, sobre todo, íntimo de Fidel Castro.
Debray ha sido el más renombrado teórico de la revolución cubana y la guerrilla. En su obra, se preconizaba la lucha armada contra lo que se denominó “antiimperialismo”. Debray fue detenido en la selva seis meses antes de la captura y muerte del Che y se salvó de milagro de que lo ejecutaran. O en realidad no: hay dos hipótesis. La primera marca que sí, podía ser un enfant terrible, un revolucionario alejado de las virtudes de la República, pero también era un francés y había que velar por él (nada aprendieron de este caso los jerarcas de Calderón, empezando por ese aprendiz de narcotraficante que fue su secretario de Seguridad Pública, cuando estalló el caso Cassez: la imperial Francia siempre velará por sus ciudadanos, sean quienes sean). La segunda marca que, una vez capturado por el ejército boliviano, Debray -sometido a tortura- reveló información que facilitaría la captura del guerrillero cubano-argentino y que, por ello, no fue fusilado.
Más de cuarenta años después, Laurence Debray, su única hija, entendió que debía enfrentar su pasado, o mejor dicho, el pasado que la acechó y que aún la persigue. Un pasado oculto y que ella misma tuvo que investigar: no entendía por qué ante algunos podía ser la hija de un héroe y para otros era, simplemente, la hija de un traidor o de un asesino. En el debate de esos polos opuestos, para dar a luz este libro recurrió a esa sentencia de Molière en El Misántropo: cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona.
Así que “Hija de Revolucionarios” es un ajuste de cuentas hacia su árbol genealógico más inmediato. La hija se pregunta el por qué la excluyeron de su historia, el por qué nunca le han contado nada ni le han dicho nada.
¿Cuánto dolor hay en ese ejercicio? Imposible saberlo. En cierto sentido, es un examen hacia la generación de sus padres, sus compromisos políticos extremos, sus absolutos, su pasión por las utopías y su desprecio por la tranquilidad de la vida hogareña, lo que se conoce como la “vida burguesa”. Pero también es un viaje de descubrimiento hacia sus padres, su contexto y su pensamiento: … los dos tortolitos no iban a conformarse con vivir un idilio aburrido: prefirieron una vida de clandestinidad y conspiración … el ocultamiento era su forma de funcionar, y la condescendencia su forma de comunicación … predican, dividen, esconden, conspiran, seguros de su superioridad intelectual … Nos asomamos, así, a la más profunda intimidad de una familia. Debray no se esconde y toca con delicadeza ciertos temas públicos que aún arden, como la hipótesis de la “traición” al Che Guevara, algo que nunca se podrá aclarar del todo, pues los archivos están ocultos hasta el 2051. Está también esa mirada fiera de sus padres hacia el mundo que los rodea. Así, Salvador Allende, antes del golpe en Chile, es retratado como un tipo tibio, un buen burgués socialdemócrata. Por el libro circulan personajes de la talla de Rigoberta Menchú, de quien su madre, la célebre venezolana Elizabeth Burgos, fue biógrafa; el símbolo sexual, Jane Fonda, quien le regaló una mantita que guardó muchos años; François Mitterrand, presidente de la República y jefe de su papá; el cineasta Godard y el célebre documentalista Chris Marker.
Tal cual se puede ver en el libro, la generación de los sesenta tiene una gran contradicción: priorizaron la militancia política a los lazos afectivos. Era más importante cambiar el mundo y al país que criar una familia. Las razones sobre ello son indescifrables, pero cobran cierto sentido cuando te abren la ventana y logras ver lo que hay dentro. La descripción, lo que se logra narrar, como vemos en este caso, se convierte en alta literatura, de esa que te desgarra el corazón y te deja la cabeza llena de preguntas.
