En recuerdo de Ernesto Cardenal

Por Enrique González Casanova

Los metales de nuestro cuerpo /

–suaves cuerpos con metales– /

como sabemos, son de estrellas. /

Que no vemos. Ya no existen siquiera. /

¿Qué pasó con ellas? Colapsaron /

hacía el olvido. En hoyos negros.

Ha fallecido Ernesto Cardenal. Él nos conoció a mi hermana Lola y a mi en nuestros primeros años, cuando todavía vivíamos en Protasio Tagle. Obviamente, de ese encuentro ninguno de los dos se acordaba. Cardenal, en cambio, sí nos registró en su memoria y mi padre también nos platicó de esa ocasión.

Un día de 1962 o 1963 volvió a México y esa vez él se encargó de contarnos sobre el día que nos vio por primera vez. Siempre generoso y cercano, dulce y espiritual, narró esa visita a nuestra casa. Su voz seducía porque hablaba muy bien y todo el tiempo demostraba sapiencia y ternura. Como José Martí, Cardenal sentía especial interés por la niñez, por sus ilusiones y sueños, por su bienestar, por su alegría.

La segunda ocasión que pudimos verlo fue un sábado por la mañana. Llegó temprano acompañado por Ernesto Mejía Sánchez quien estaba acostumbrado a llegar sin ningún aviso previo. Papá celebró y agradeció la visita. Hablaron de todo y lo hicieron con enorme entusiasmo. Lola, José, Joaquín, Beatriz y yo no nos resistimos e hicimos nuestra aparición para saludar. Cardenal se emocionó y sonrió. Nos vio con el afecto y cariño de un tío que vivía lejos, pero estaba al tanto de sus sobrinos y gozaba verlos.

Después de un rato, nos fuimos para dejarlos seguir con su plática.

Tras haberse marchado, papá me dijo que le preocupaba la seguridad de su amigo porque Nicaragua era muy peligrosa pues el dictador Somoza perseguía a todos sus opositores y Cardenal era uno de ellos.

Tiempo después, en la época en la que terminé la preparatoria, supe que Cardenal vivía en una pequeña isla en medio del Lago de Managua. Rodeado y hostigado por la dictadura desempeñaba sin temor su labor pastoral y formativa, literaria y política.

Cuando cayó el somocismo, tuvo la alegría de ver la desaparición de ese gobierno corrupto y represor. Esa victoria popular lo alentaba. Lamentablemente, algunos de los triunfadores de la revuelta sandinista, siguieron los pasos de la tiranía familiar y dinástica y también hostigaron al poeta. Este no se arredró y los combatió y denunció con sus armas.

Hoy lo recuerdo con admiración y cariño.

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