Una Familia en Disputa

El Libro de la Semana

Por David Marklimo

Todas las familias son un mundo aparte… es más, muchas veces las familias son sistemas de planetas que entran en colisión, desatando una energía comparable a la furia. Quizá este sea el argumento central de la aclamada novela noruega, La Herencia, de la escritora Vigdis Hjorth (Oslo, 1959). ¿Cómo se desata este vendaval? Sucede con cosas de lo más comunes. Aquí, lo que vemos es la historia de cuatro hermanos que tienen que repartirse la herencia familiar. Pero ya cuando comenzamos su lectura nos encontramos con el bocajarro de información por parte de la protagonista: nos dan un sube y baja de datos y nos llevan, como en esas carreras de autos, a velocidades endiabladas. Algo esconde la tal Bergljot, la hermana mayor de los cuatro hermanos. Y ese secreto, que viene del pasado remoto, lo iremos descubriendo poco a poco entre tanta información. En ese sentido, parece que estamos ante una fuente que no tiene fin y cuya conclusión es aturdir al lector de emociones, para dejarlo ahogarse en ellas.

Aunque la historia parece de lo más sencilla, no es su sencillez la que reluce sino el hecho de que todo lo que se cuenta en ella es real. Asistimos, pues, al rompimiento de una familia y a un ajuste de cuentas, como Carta al Padre de Kafka. El libro provocó tal reacción en Noruega, país donde vive la autora, que Helga Hjorth, la hermana de Vigdis, no tardó ni un año en responderle a través de otra novela, Libre Albedrío. El resultado ha sido una especie de telenovela donde nos presentan abusos, alcoholismo, mentiras… y, por supuesto, literatura.

Si se vale un poco de spoilers, habrá que decir que Bergljot hace un tiempo decidió romper toda relación con su familia. No quiere saber nada de ellos, no quiere acudir a cenas o comidas familiares donde estén ellos. El miedo todavía sigue dentro de ella, perfectamente instalado, como un hongo en la base de la uña. Baste una frase para describirlo: difícil deshacerse del miedo a un león caprichoso y agresivo. Pese a esto, el problema es que hay que repartir la herencia, lo que implica encuentros, tramites y demás. El miedo de la protagonista para con su familia es palpable desde la forma en la que está construida la novela: sin diálogos directos y mayormente por Internet porque los personajes evitan todo encuentro físico y, si es imprescindible, mejor citarse en un café que en casa de alguno. El libro va haciendo saltos en el tiempo de forma rápida, sin ton ni son, como si los recuerdos fuesen una especie de flashes que van apareciendo. Así, asistimos a un rompecabezas, que vamos armando poco a poco, encajando las fechas y los sucesos de a poco. La pregunta sería: ¿por qué la concordia, el afecto, se transforma en algo viscoso, impregnando sus acciones de un chapapote que les impide ver claramente? ¿Qué tanto peso tiene el pasado? ¿A cuánto afecto hay que renunciar para asegurarse el futuro?

Esas son las preguntas. Ese es, justamente, el territorio. Y en él, entre el miedo que siente Bergljot y su desacuerdo a la forma del reparto, se nos viene encima esta esplendida novela, entendida como una familia en disputa, que todavía no ha aceptado la ruptura. Las mejores heridas, dicen, son aquellas que nunca cierran del todo. Aceptarlas, no es darse por vencido ni esperar que llegue la hora de la verdad y de la reconciliación. Si bien es posible vivir con esa esperanza, también es cierto que muchas veces es imposible de alcanzar. El mensaje de esta poderosa novela es que aún en la resignación es posible encontrar la libertad.

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